Cada lunes una nueva entrada con una noticia sobre Historia, Arte, Geografía, Bibliografía, Patrimonio, Fotografía, Hemeroteca, ... de nuestro pueblo: BURGUILLOS

Historia, Patrimonio, Arte, Bibliografía, Hemeroteca, ... sobre nuestro pueblo: BURGUILLOS

lunes, 29 de enero de 2024

Callejero de Burguillos: La calle Espliego

     Mostramos en Historia de Burguillos una reseña e imágenes de la calle Espliego, en Burguillos.

   La calle (desde el punto de vista urbanístico, y como definición, aparece perfectamente delimitada en la población histórica y en los sectores urbanos donde predomina la edificación compacta o en manzana, y constituye el espacio libre, de tránsito, cuya linealidad queda marcada por las fachadas de las edificaciones colindantes entre si. En cambio, en los sectores de periferia donde predomina la edificación abierta, constituida por bloques exentos, la calle, como ámbito lineal de relación, se pierde, y el espacio jurídicamente público y el de carácter privado se confunden en términos físicos y planimétricos).



     En las calles el sistema es numerar con los pares una acera y con los impares la opuesta. También hay una reglamentación establecida para el origen de esta numeración en cada vía, y es que se comienza a partir del extremo más próximo al centro geográfico de la localidad, o del Ayuntamiento, cuando este sistema se impuso. En la periferia unas veces se olvida esta norma y otras es difícil de establecer. Está dedicada al Espliego, una planta aromática.

     El Espliego, o Alhucema, como también se la conoce, (lavandula lanata boiss), es una planta aromática y medicinal, siendo una mata o pequeño arbusto de hasta 75 cm de altura. Tallos muy foliosos en la base, con cantos amarillentos o anaranjados, con un par de hojas en la parte media. Hojas basales de hasta 7 cm de largas, enteras, lanceoladas, redondeadas en el ápice, con un tomento lanoso y blanquecino. Inflorescencia en Espiga, con 4-8 flores por verticilastro. Flores a veces pediceladas. Cáliz de 4-6 mm, con 8 nervios gruesos y pelosos, con diente superior a modo de opérculo. Corola bilabiada de 7-8 mm, pelosa por fuera, de color violeta, tubo largo y lóbulos cortos. Fruto con Núculas, de 2,2 x 1,3 mm aproximadamente, elipsoidales, brillantes y color castaño oscuro.
     En matorrales abiertos y soleados, tanto en sustratos calizos como dolomíticos, sobre suelos pedregosos y poco desarrollados. Desde 800 m hasta casi 2000 m de altitud.
     Se distribuye por las sierras Béticas de la península Ibérica. En Andalucía se presenta en la zona oriental: Almería, Granada, Jaén, Málaga y Cádiz.




     Es una planta muy parecida a Lavandula latifolia, pero la nuestra es mucho más pelosa dándole un aspecto más blanquecino y basto. Este denso indumento es lo que le ha hecho ganar el nombre de lanata, y su color blanco constituye una adaptación para vivir en climas con exceso de radiación solar. En contra de lo que cabría pensar, el pelo le evita perder agua a través de la superficie foliar.
     Tiene un aroma muy suave pero no ha sido usada para la obtención de esencia, al contrario que su congénere Lavandula latifolia. Todas las lavandas, espliegos o alhucemas son melíferas y tienen propiedades medicinales, condimentarias, aromatizantes y ornamentales.
     El nombre de Alhucema proviene del árabe (Al-huzama) y es más antiguo que el de espliego y lavanda. Existe un refrán antiguo que dice “Espliego y Alhucema son una cosa mesma” aunque en determinadas zonas llegan a hacer distinciones debido a la gran variedad de plantas del género Lavandula que tenemos, cerca de 40 especies, 8 de ellas en la península (Junta de Andalucía).
   La calle Espliego está situada en la barriada "Aires de Burguillos", perteneciente al barrio de La Ermita. Va de la calle Valeriana a la calle Enebro, siendo cruzada por la calle Romero, y tiene una longitud de 200 metros aproximadamente, siendo unidireccional desde el punto de vista del tráfico rodado en sentido ascendente, asfaltada y alumbrada por farolas funcionales. Está conformada por viviendas unifamiliares de promociones inmobiliarias de dos plantas en altura, formando parte de una zona residencial. 
   La calle Espliego es, históricamente, una vía moderna, puesto que fue creada con el boom inmobiliario que se produjo en nuestro pueblo a comienzos del siglo XXI y junto al hecho de ser eminentemente residencial, hace que tenga tan sencillo comentario.

lunes, 22 de enero de 2024

Hemeroteca: El ascenso del maestro de Burguillos, José Franco Barrera, en la revista "La Escuela Moderna", del 24 de diciembre de 1904

    Mostramos en "Historia de Burguillos" la noticia recogida en "La Escuela Moderna", revista editada en Madrid, sobre los ascensos a algunos de los maestros de la provincia de Sevilla, entre los que se encontraban Don José Franco Barrera, que ejercía su profesión en Burguillos, y publicado el 24 de diciembre de 1904, y que se conserva en el archivo de la Biblioteca Nacional de España.
   "La Escuela Moderna"; Revista profesional fundada y dirigida en su primera etapa por el profesor cordobés Pedro de Alcántara García Navarro (1842-1906), considerado el paladín en España de las Escuelas Normales y de Magisterio, que dedicó su vida a la formación de los maestros, la educación de la mujer y la divulgación de los conocimientos pedagógicos. Fue también el introductor en España de las enseñanzas de Friedrich Fröbel y estuvo próximo a la Institución Libre de Enseñanza. Comenzó a publicarla en abril de 1891 y se convirtió en una de las revistas que destacaron por la difusión de la cultura pedagógica y las experiencias e innovaciones europeas en esta materia, estando imbuida de un amplio espíritu científico, tal como han señalado S. Montes Moreno y M. Beas Miranda.
     Con una periodicidad mensual, es editada en números de 80 páginas y compuesta a una columna, a los que se suman suplementos semanales, que aparecen cada lunes, de cuatro páginas. Mientras que la revista inserta artículos de una gran variedad y de un gran plantel de especialistas, algunos traducidos, así como bibliografía, el suplemento está dedicado específicamente a disposiciones oficiales, documentos parlamentarios, anuncios de oposiciones y concursos, movimiento de personal, etc.
     De esta publicación se ha escrito que es un “bello monumento levantado por el magisterio español” y  “una muestra elocuente de los grandes elementos de la cultura pedagógica que entre el profesorado germinaban” en nuestro país, formando sus colaboradores una larga nómina, entre los que se encontraron Urbano González Serrano, Francisco Coello, Leonor Canalejas y Fustegueras, Alejandro de Tudela, Gabriel Comas Rivas, Arturo Vega y Morales, Ángel Bueno o Rufino Carpena Montesinos, por citar sólo algunas de sus primeras firmas. Aunque se decía “extraña a todo interés de partido político, escuela filosófica  y comunión religiosa”, estuvo “abierta a todas las opiniones”.
     Tras la muerte de Pedro de Alcántara en 1906, la revista inicia su segunda etapa, subtitulándose ahora “revista pedagógica y administrativa de primera enseñanza”, tomando su dirección Eugenio Bartolomé y Mingo (1839-1920), otro renovador de la pedagogía española, también fröbeliano y krausista, actuando como redactor-jefe Juan C. Arroyo y García. En esta época, sus suplementos los edita miércoles y sábados, en números de 16 páginas, dedicados a insertar las vacantes, los nombramientos o jubilaciones, etc. Entre sus colaboradores estarán, entre otros muchos, Eduardo Navarro Salvador o Augusto Vidal Perera.
     El tercer director de la revista será Gerardo Rodríguez García, impulsor del asociacionismo del Magisterio, que la orientará a contenidos más pragmáticos. Entre sus colaboradores de esta época se encuentran María Sánchez Arbós, Mercedes D’Abbondio y Manuel Bartolomé Cossío.
     Los primeros editores de esta revista, una de las mejores de su clase en Europa, fueron Gras y Compañía y posteriormente se hicieron cargo de su edición e impresión los sucesores de la Casa Editorial Hernando. La colección, formada por dos tomos por año, incluye índices al principio de cada uno. La de la Biblioteca Nacional de España comienza en 1892, siendo incompleta y careciendo de los años 1895-1896. Tras una larga vida, su último número corresponde al uno de diciembre de 1934 y su último director, Rodríguez García, gallego nacido en 1873, sufrirá un expediente de depuración y sus libros pedagógicos prohibidos tras la guerra civil.
      Pues bien, en la página 1647 del suplemento de la edición del 24 de diciembre de 1904, a una columna, en la que se publican diversas noticias relacionadas con la educación, aunque la que nos interesa fundamentalmente a los burguilleros, es la que aparece en la parte media-inferior, sobre los ascensos de los maestros en la provincia sevillana, entre los que se encontraban los que imparten sus conocimientos en nuestro pueblo, y que pasamos a transcribir íntegramente:


     -Los Maestros propuestos por la Junta provincial de Instrucción pública para ascender en el escalafón del bienio de 1903 á 1904 son los siguientes:
     Maestros. - 1.ª clase. - Por méritos: D. José Cuervas y Zarco, de Se­villa. - Por antigüedad: D. Manuel Roig Esquinaldo.
     2.ª clase. - Por méritos: D. Francisco de Vargas  García, de Las Cabezas. - Por antigüedad: D. José María Araujo, de Olivares; D. Francisco Reyes Pérez, de Sevilla, y D. Antonio Vacas, de Dos Hermanas. 
     3.ª clase. - Por méritos: D. Eduardo Pérez Salinas, de Fuentes de An­dalucía; D. Juan Fernández Criado, Auxiliar de Sevilla, y D. Francisco Morillo de los Ríos, de La Rinconada. - Por antigüedad: D. José Monje Rubio, de Herrera; D. José Franco Barrera, de Burguillos; D. Francisco Mañas Herrera, de La Algaba; D. Manuel Gómez Fernández, de Sevilla, y D. Joaquín García Sánchez, de Mairena del Alcor.
     Maestras. - 1.ª clase. - Por méritos: D.ª Amparo Peláez Torres, Auxiliar de la graduada de Sevilla. - Por antigüedad: D.ª Asunción Medina­reno, de Estepa.
     2.ª clase. - Por méritos: : Dª Ana Martín de la Cruz, de Casariche; Dª María del Robledo Mohedano, de Morón, y D.ª Catalina Sánchez de Osuna. - Por antigüedad: Dª Encarnación Gómez Javalquinto, de Marchena.
     3.ª clase. - Por méritos: D.ª Carlota Lucena, de Sevilla; D.ª Rosario Mateo, de Gelves; D.ª María Rosario Naranjo, de Calzada de la Sierra; D.ª Josefa Adamuz Mellado, de Écija; D.ª Trinidad Anta, de Sevilla.­ - Por antigüedad: D.ª María Miguer, de Constantina, y D.ª Eloísa Las y Mella, Auxiliar de Sevilla.

     Datos curiosos sobre los ascensos en el escalafón de los maestros de la provincia, que repercutieron en el profesorado de Burguillos.

lunes, 15 de enero de 2024

Bibliografía: Burguillos en el libro "Inventario de los Papeles del Mayordomazgo del siglo XV", de Francisco Collantes de Terán, editado por el Archivo Municipal de Sevilla, en 1972.

     Mostramos en Historia de Burguillos la reseña que se hacen de nuestro pueblo en el libro "Inventario de los Papeles del Mayordomazgo del siglo XV. 1401-1416", de Francisco Collantes de Terán, editado por el Archivo Municipal de Sevilla, en 1972, uno de cuyos ejemplares podemos leer en el Archivo Municipal de Sevilla.

     Dicho libro es un recorrido por los fondos emanados de la actuación del mayordomo del cabildo hispalense, cuyas funciones definen y especifican las ordenanzas de Sevilla desde los tiempos de Alfonso XI. Los mayordomos eran dos, uno hijodalgo y otro ciudadano. El mayordomo hijodalgo, aunque ello  no pueda deducirse del contexto de las ordenanzas, parece un oficial puramente honorífico, ya que en ellas sólo se le atribuye como misión específica la de "requerir los castillos", es decir, cuidar de que se hallasen con la debida eficacia defensiva. La verdadera función administrativa correspondía, aunque no podemos afirmar que exclusivamente, al mayordomo ciudadano, designado conjuntamente con el hijodalgo anualmente por el Cabildo, aunque en ocasiones se prorrogase por dos o más años su gestión, entando en función el 1º de julio para terminar el 30 de junio del año siguiente. Por sus manos pasaba todo lo referente a la gestión de los bienes del Concejo en una doble vertiente: cobratoria y libratoria; es decir, la percepción de las rentas de sus propios y su inversión en las atenciones a que estaban afectos y a los gastos de todo orden que de la actuación municipal se originaban. Para la debida ejecución del primero de los aspectos de su función, la percepción de las rentas, el mayordomo debía tener a su disposición, aparte de documentales tales como su propia designación por el Cabildo y la confirmación de ésta por el Rey, en su caso, la fianza o fiadores exigidos por sus Ordenanzas para el desempeño del oficio, las condiciones con que el Cabildo acordaba anualmente el arrendamiento de las rentas de sus propios y la relación del remate de cada una de ellas por los arrendadores, las diligencias por el incumplimiento de aquellas condiciones por éstos con la sentencia recaída en cada caso y, en fin, la relación especificada de lo que rindieron las diferentes rentas. El estudio comparativo de estas relaciones anuales es de sumo interés, como es obvio, para trazar la curva de los ingresos del Concejo de Sevilla en casi los dos siglos que comprende la documentación conservada.
     En cuanto a la otra vertiente de la gestión del mayordomo, es decir, la libratoria, abarcaba una extraordinaria variedad de pagos para las múltiples atenciones que tenía a su cargo el Cabildo, unas de carácter fijo y anual, como la nómina de sus oficiales y otros cargos del mismo: alcaides de sus fortalezas, oficiales y obreros municipales con remuneración fija; pagos aleatorios o circunstanciales, como las obras públicas en la Ciudad o en su Tierra; gastos de carácter militar, como el reparo y abastecimiento de los castillos del sistema defensivo de su alfoz y la recluta y abastecimiento de las milicias del Concejo; gastos de carácter civil, como los referentes a las obras públicas, el sostenimiento de la traída de aguas para el abasto de la ciudad y el descarte de las residuales, previsión y reparación de daños catastróficos, especialmente los de las frecuentes avenidas, abastecimiento de pan de la Ciudad en épocas de carestía, reparos de los caminos y puentes y mantenimiento de un equipo de "troteros" para sostener un servicio eficaz de correos oficiales; el pago de profesionales de todo orden, escribanos, procuradores, médicos, cirujanos, maestros de primeras letras, artífices, ministriles, que cumplían las diferentes misiones que, regular y esporádicamente, les confiaba Sevilla. Esta enumeración, que está muy lejos de ser exhaustiva, pone bien de manifiesto el conjunto de datos que esta inapreciable colección de los Papeles del Mayordomazgo proporciona para penetrar en la historia interna de nuestra Ciudad en uno de los periodos más trascendentales y todavía más inexplorados de ella, porque el mayordomo acompaña siempre, como justificante de los pagos que realiza, la copia del libramiento del Cabildo en que le ordena realizarlo, en el que figura una razonada y detallada motivación del gasto, que con frecuencia se obtienen pormenores interesantes. Y como el mayordomo, normalmente, y con arreglo a las Ordenanzas, era elegido por un año y tenía que dar cuenta de su gestión al final de este plazo, esto lo hacía mediante la presentación a los contadores del Cabildo del "Libro del Mayordomazgo", en el que se relacionaban y justificaban documentalmente los ingresos y pagos del año, libros de los que se conservan los correspondientes a casi dos siglos, desde el último tercio del siglo XIV hasta mediados del XVI, a partir de cuya fecha se innova el sistema de la rendición de cuentas del mayordomo.

     Pues bien, en este caso, las referencias a Burguillos, la primera de las cuales la encontramos en el documento nº 22, correspondiente al año 1405, en la página 114, que pasamos a transcribir literalmente:

22.- Mandamiento de Sevilla a los concejos de Sanlúcar la Mayor, Aznalcázar, Hinojos, Huévar, Castilleja del Campo, Paterna y Escacena y a los demás de la comarca del Aljarafe, reiterándoles que hiciesen relación por escrito de los hombres de a caballo de cada uno de dichos lugares, que no habían concurrido a los alardes que Sevilla mandó hacer con su Pendón en los días primeros de marzo, julio y septiembre, y para que impusiesen a cada uno de ellos la pena de 50 mrs, requiriendo a los tales para que viniesen inmediatamente a inscribirse a Sevilla. - 17 de septiembre de 1405.
     Sigue nota de que una carta del mismo tenor fue enviada a Gerena, Guillena, Aznalcóllar, Burguillos, Alcalá del Río y La Rinconada.
     Sigue otra de haberse hecho lo mismo a Fregenal, a los lugares de la Sierra de Aroche, a las Cumbres Mayores, a las Cumbres de San Bartolomé, a Zufre, a Santa Olalla y a Real.
     Sigue otra de haberse hecho lo mismo a Constantina, Cazalla de la Sierra, Alanís, La Puebla del Infante, Villanueva del Camino y San Nicolás del Puerto.

     La siguiente mención a Burguillos la encontramos en el documento nº 259, correspondiente al año 1406, en la página 203, que pasamos a transcribir literalmente:

259.- Carta merced de Sevilla a Andrés Fernández, vecino de Burguillos, para que pudiese edificar un molino de trigo en la Ribera de Cala, "encima de la junta, junto con la Tejadilla, en término de Castilblanco", pagando un censo anual para la renta, roda y almojarifazgo de dicho lugar, comprometiéndose a no enajenarlo a persona poderosa, sino llana. - 10 de mayo de 1407.

     La siguiente referencia a Burguillos la encontramos en el documento nº 169, correspondiente al año 1410, en la página 350, que pasamos a transcribir literalmente:

169.- Carta de franqueza de roda, almojarifazgo, servicio y otro cualquier pecho, que Sevilla otorgó por cuatro años, a partir del día de la fecha, a los vecinos y moradores del lugar de Burguillos, que se había despoblado a causa de los daños que habían recibido de la gente de la hueste que estuvo aposentada en dicho lugar, cuando el Infante don Fernando vino a Sevilla para entrar en tierra de moros, ganando a Zahara, Cañete, la Torre Alhaquime y otros lugares.- 24 de mayo de 1408.

     La siguiente mención a Burguillos la encontramos en el documento nº 174, correspondiente al año 1411, en la página 394, que pasamos a transcribir literalmente:

174.- Carta de franqueza que Sevilla dio a su lugar de Burguillos, eximiéndole durante cuatro años, a partir del día de la fecha de la carta, del pago de pechos y tributos concejiles, por hallarse dicho lugar muy despoblado desde que se aposentaron en él las tropas del Infante don Fernando, cuando vino a la conquista de Zahara, Cañete, Valle de Abdelagis y otros lugares de tierra de moros, en cuya ocasión muchos vecinos se fueron a morar a otras villas y lugares.- 26 de abril de 1412.

     Y, finalmente la última referencia a Burguillos, la encontramos en el documento nº 57, correspondiente al año 1413, en la página 456, que pasamos a transcribir literalmente:

57.- Mandamiento de Sevilla a los contadores, para que descargasen a Juan de las Casas, mayordomo que fue de esta Ciudad en el año 1413, los 13.975 mrs, de la renta del almojarifazgo de Alcalá del Río, con la barca y con Burguillos, La Rinconada y Casaluenga, por haber dado Sevilla dicha renta sin dinero alguno a García Fernández, carpintero, a Juan Fernández, maestro mayor de los carpinteros de las Atarazanas, y a Ruy González de Córdoba, barquero, que se comprometieron a hacer a su costa una barca nueva para el pasaje del río en Alcalá, a cambio de que Sevilla les cediese la citada renta.- 16 de septiembre de 1414.

     Más documentos interesantísimos para conocer la historia de nuestro pueblo, y en el que deducimos que el infante Don Fernando de Antequera (1380-1416), posterior rey Fernando I de Aragón, estuvo en nuestro pueblo aposentado.

lunes, 8 de enero de 2024

Geografía: El paraje "La Rapaz"

     Mostramos en Historia de Burguillos una pequeña reseña del paraje "La Rapaz".


      El paraje "La Rapaz", lugar que debe tomar su nombre por las aves rapaces que deambularían por la zona, o bien por el sobrenombre de alguna mujer joven de corta edad, aunque no tengo constancia documental de dichas hipótesis.



      Al paraje de "La Rapaz" se llega tras salir del casco urbano de Burguillos por la carretera A-460, en dirección a Villaverde del Río, para un poco antes de la altura del km. 17, tomar el camino que surge a la derecha junto a una pequeña acequia, que nos lleva directamente al paraje de La Rapaz, delimitado al norte por el paraje de "La Calderona" y la carretera A-460; al Este por el Arroyo de Mudapelos; al Sur, por el paraje "El Tesorillo"; y, al Oeste, por el camino junto a la pequeña acequia, que nos ha traído hasta el propio paraje, y el paraje la "Vereda", encontrándose a unos 3'5 km. de nuestro pueblo y a una media de 40-45 m. de altitud. Señalar que todas las imágenes provienen del Instituto Geográfico Nacional.


lunes, 1 de enero de 2024

Callejero de Burguillos: La calle Murillo

     Mostramos en Historia de Burguillos una reseña e imágenes de la calle Murillo, en Burguillos, aprovechando que hoy, 1 de enero, es el aniversario del bautismo (1 de enero de 1618), de Bartolomé Esteban Murillo, uno de los grandes genios artísticos, nacidos en España.


     La calle (desde el punto de vista urbanístico, y como definición, aparece perfectamente delimitada en la población histórica y en los sectores urbanos donde predomina la edificación compacta o en manzana, y constituye el espacio libre, de tránsito, cuya linealidad queda marcada por las fachadas de las edificaciones colindantes entre si. En cambio, en los sectores de periferia donde predomina la edificación abierta, constituida por bloques exentos, la calle, como ámbito lineal de relación, se pierde, y el espacio jurídicamente público y el de carácter privado se confunden en términos físicos y planimétricos).
     En las calles el sistema es numerar con los pares una acera y con los impares la opuesta. También hay una reglamentación establecida para el origen de esta numeración en cada vía, y es que se comienza a partir del extremo más próximo al centro geográfico de la localidad, o del Ayuntamiento, cuando este sistema se impuso. En la periferia unas veces se olvida esta norma y otras es difícil de establecer. Está dedicada a Bartolomé Esteban Murillo, uno de los mejores pintores españoles de todos los tiempos.


Conozcamos la Biografía de Murillo, a quien está dedicada esta vía del callejero burguillero;
     Bartolomé Esteban Murillo. (Sevilla, 1 de enero de 1618 baut. – 3 de abril de 1682). Pintor.
     Nació Murillo en los últimos días de diciembre de 1617, puesto que fue bautizado el 1 de enero de 1618; fue el último hijo de los catorce que nacieron del matrimonio entre Gaspar Esteban y María Pérez Murillo, teniendo su padre el oficio de barbero-cirujano, merced al cual su familia pudo vivir discretamente. Sin embargo, la apacibilidad familiar quedó truncada severamente en 1626, año en que, en un breve período de seis meses, murieron sus padres, quedando por lo tanto huérfano; su situación como benjamín de la familia se remedió en parte al pasar a depender de Juan Antonio de Lagares, marido de su hermana Ana, que se convirtió en su tutor.
     Pocos datos se poseen de la infancia y juventud de Murillo, sabiéndose tan sólo que en 1633, cuando contaba con quince años de edad, solicitó permiso para embarcarse hacia América, aunque esta circunstancia no llegó a producirse. Su aprendizaje artístico debió de realizarse entre 1630 y 1640, con el pintor Juan del Castillo, que estaba casado con una prima suya y fue quien le enseñó el oficio de pintor dentro del estilo de un arte dotado de una amable y bella expresividad. Cuando contaba con veintisiete años de edad, en 1645, contrajo matrimonio con Beatriz de Cabrera, y se tiene constancia de que en esa fecha ya trabajaba como pintor.
     Otras referencias fundamentales dentro de la vida de Murillo son que, en 1658, realizó un viaje a Madrid, donde conectó con los pintores cortesanos y también con artistas sevillanos como Velázquez, Cano y Zurbarán, entonces residente en dicha ciudad; su estancia madrileña debió de durar sólo algunos meses, puesto que a finales de dicho año se encontraba de nuevo en Sevilla. Nada importante se conoce de su existencia a partir de esta fecha, salvo varios cambios de domicilio, de los cuales el último tuvo asiento en el barrio de Santa Cruz. Sí es importante el hecho de que en 1660, y en compañía de Francisco Herrera el Joven, Murillo fundó una academia de pintura para propiciar la práctica del oficio y así mejorar la técnica de los artistas sevillanos.


     También fue decisiva en la vida de Murillo la fecha de 1663, año en que falleció su esposa con 41 años de edad y a consecuencia de un parto. Su viudez perduró ya el resto de su vida, porque no volvió a contraer matrimonio, ni tampoco a moverse de Sevilla, a pesar de una importante oferta que se le hizo desde la Corte de Carlos II en 1670 para incorporarse allí como pintor del Rey, ofrecimiento que no aceptó.
     La muerte de Murillo tuvo lugar en 1682, en su último domicilio del barrio de Santa Cruz. Sobre su fallecimiento existe la leyenda de que tuvo lugar en Cádiz, cuando pintaba el retablo mayor de la iglesia de los capuchinos, donde sufrió un accidente y cayó de un andamio; tal accidente, si tuvo lugar, debió de acontecer en su propio obrador sevillano, donde, después de permanecer maltrecho durante un mes, falleció el día 3 de abril de dicho año.
     Sobre la personalidad de Murillo, Palomino informa de que fue hombre “no sólo favorecido por el Cielo por la eminencia de su arte, sino por las dotes de su naturaleza, de buena persona y de amable trato, humilde y modesto”. Tal descripción se constata en la contemplación de sus dos autorretratos, uno juvenil y otro en edad madura, en los que se advierte que fue inteligente y despierto, características que, unidas a la intensa calidad de su arte, le permitieron plasmar un amplio repertorio de imágenes en las que se reflejan, de forma perfecta, las circunstancias religiosas y sociales de su época.
     Aunque Juan del Castillo, el maestro que le enseñó los rudimentos de la pintura, fue un artista de carácter secundario, fue capaz, sin embargo, de introducir a Murillo en la práctica de un dibujo correcto y elegante, al tiempo de permitirle adquirir un marcado interés por la anatomía y también a inclinarle a otorgar a sus figuras expresiones imbuidas en amabilidad y gracia; fue también Juan del Castillo el responsable de orientar a Murillo en la práctica de temas pictóricos con protagonismo de la figura infantil. Todos estos aspectos, adquiridos por Murillo en una época juvenil, germinaron después en la práctica de una pintura exquisita y refinada que, con el tiempo, fue preferida por todos los elementos sociales sevillanos y con posterioridad le potenciaron a ser un artista cuyas obras fueron codiciadas por coleccionistas y museos de todo el mundo.


     Aparte de los conocimientos adquiridos con Juan del Castillo, Murillo asimiló también aspectos técnicos procedentes de maestros de generaciones anteriores a la suya; así, del clérigo Juan de Roelas aprendió a manifestar en sus pinturas el sentimiento amable y la sonrisa, y de Zurbarán, la solidez compositiva y la rotundidad de sus figuras; de Herrera el Viejo asimiló la fuerza expresiva y de Herrera el Joven, el dinamismo compositivo y la fluidez del dibujo. Estos aspectos que emanan de la escuela sevillana fueron completados por Murillo con efluvios procedentes de las escuelas flamencas e italianas de su época, configurando así una pintura novedosa y original que le otorga un papel preponderante en la historia del arte español y europeo en el período barroco.
     También es fundamental advertir que la creatividad de Murillo no permaneció estática a través del tiempo, sino que, por el contrario, presenta una permanente evolución. Así, en sus inicios, hacia 1640, su arte es aún un tanto grave y solemne, sin duda condicionado por el éxito favorable de las pinturas con este estilo que en aquellos momentos realizaba en Sevilla Francisco de Zurbarán. Por ello, su dibujo era entonces excesivamente riguroso, pero a partir de 1655, coincidiendo con la presencia en Sevilla de Francisco de Herrera el Joven, en la obra de Murillo se advierte la plasmación de una mayor fluidez en el dibujo y de una mayor soltura en la aplicación de la pincelada; al mismo tiempo, sus figuras van adquiriendo un mayor sentido de belleza y gracia expresiva, intensificándose también una clara manifestación de afectividad espiritual. Sus composiciones adquirieron mayor movilidad y elegancia, siempre dentro de un sentido del comedimiento que evita los excesos y estridencias del Barroco, lo que en adelante le permitió de forma intuitiva anticiparse al refinamiento y la exquisitez que un siglo después alcanzaría el estilo rococó.


     El arte de Murillo tiene como virtud fundamental el haber alcanzado a desdramatizar la religiosidad, introduciendo en sus obras amables personajes celestiales que se dirigen complacientes hacia los atribulados mortales trasmitiéndoles sensaciones de amparo y protección en una época de graves penurias materiales. La dificultad de la existencia en su época proporcionaba agobios y congojas a los desgraciados sevillanos, por lo que a sus pinturas les imbuía de sentimientos amorosos y benevolentes. La aparición en ellas de personajes extraídos de la vida popular y de condición humilde dio a entender a los sevillanos que la divinidad miraba por ellos y les propiciaba auxilios espirituales que, al menos, mitigaban las dolencias de sus almas. No es tampoco superfluo advertir en la obra de Murillo la presencia de santos personajes que se ocupan de practicar la caridad y de paliar así el hambre y la enfermedad de los humildes y desamparados.
     Las primeras obras conocidas de Murillo datan aproximadamente de 1638, cuando contaba con veintiún años de edad. En esas fechas es aún un pintor que muestra una escasa expresividad en sus figuras, que además poseen una volumetría excesivamente rotunda. Estas características pueden constatarse en La Virgen entregando el rosario a santo Domingo, que se conserva en el palacio arzobispal de Sevilla, y La Sagrada Familia, que figura en el Museo Nacional de Estocolmo. Pocas más obras se conocen de estos años tempranos y hay que esperar a 1646, año en que inicia la ejecución de las pinturas del “Claustro Chico” del Convento de San Francisco de Sevilla, para volver a tener referencias importantes de obras realizadas por Murillo; en esta fecha su dibujo había mejorado, al igual que su concepto del colorido, que era más variado y cálido en sus matices. En este encargo del Convento de San Francisco, los frailes que en él se congregaban quisieron exaltar y definir la grandeza como los milagros, las virtudes y la santidad de su Orden. Entre las pinturas más relevantes de este conjunto destacan las que representan a San Diego dando de comer a los pobres, conservada en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, Fray Francisco en la cocina de los ángeles, del Museo del Louvre de París, y La muerte de santa Clara de la Galería de Arte de Dresde.


     Otras obras importantes realizadas por Murillo en torno a 1645 y 1650 son: La huida a Egipto, que pertenece al Palacio Blanco de Génova, y una serie de pinturas con el tema de la Virgen con el Niño cuyos mejores ejemplares pertenecen al Museo del Prado y al Palazzo Pitti de Florencia. Una de las obras más felices realizadas por Murillo a lo largo de su trayectoria artística es La Sagrada Familia del pajarito, conservada en el Museo del Prado y fechable en torno a 1650. En ella se recrea un íntimo y amable episodio doméstico, extraído de la realidad cotidiana, en el que María y José interrumpen sus respectivas labores para compartir con el Niño Jesús la alegría que le proporciona el inocente juego de llamar la atención de un perrito, a través de un pajarillo que el Niño le muestra, cogido en una de sus manos. También a partir de 1650 Murillo realizó una serie de pinturas con el tema de La Magdalena penitente, en las que el artista contrasta la hermosura física de la santa con su profunda actitud de arrepentimiento y penitencia.
     A mediados del siglo XVII, Murillo comenzó a ser reconocido como el primer pintor de Sevilla y su fama se fue colocando por encima de la de Zurbarán; a ello contribuyó la realización de obras como San Bernardo y la Virgen y La imposición de la casulla a san Ildefonso, realizadas para un desconocido convento sevillano hacia 1655 y actualmente conservadas en el Museo del Prado. También en 1655 y para el Convento de San Leandro de Sevilla, Murillo realizó cuatro pinturas destinadas al refectorio con temas de la Vida de san Juan Bautista, en las cuales acertó a vincular perfectamente las figuras de los personajes con hermosos y profundos fondos de paisaje descritos con gran habilidad técnica.
     También en torno a 1655 realizó Murillo dos importantes pinturas dentro de su carrera artística; son San Isidoro y San Leandro, que el Cabildo catedralicio sevillano le demandó para adornar la sacristía de la iglesia metropolitana de Sevilla, donde aún se conservan. Tener pinturas expuestas en la Catedral de su ciudad era un honor máximo al cual aspiraban todos los artistas sevillanos, y para Murillo, que contaba entonces con treinta y ocho años de edad, supuso un hito fundamental. Lógicamente, el encargo inmediato, también por parte de la Catedral, de la gran pintura que preside la capilla bautismal y que representa a San Antonio de Padua con el Niño, colmó todas las aspiraciones del artista, que por otra parte introdujo en esta pintura conceptos compositivos e iconográficos que definían claramente el espíritu del barroco. En ella aparece el santo en el interior de su celda conventual con los brazos abiertos para recibir al Niño que desciende ingrávido desde lo alto, rodeado de una nutrida aureola de pequeños ángeles.


     El éxito alcanzado por Murillo con las pinturas de la Catedral repercutió de inmediato en la ciudad, intensificándose la demanda de su pintura. A los años que oscilan entre 1655 y 1660 pertenecen obras como El buen pastor, conservado en el Museo del Prado, donde Murillo alcanzó a plasmar un admirable prototipo de belleza infantil que, sin duda, hubo de cautivar a la clientela.
     En la década que se inicia en 1660 Murillo realizó importantes encargos pictóricos, siendo uno de los primeros la serie de la Vida de Jacob, en la que en cinco escenas narró los principales episodios de la vida de este personaje del Antiguo Testamento. En estas pinturas, los personajes, de reducido tamaño, están respaldados por amplios fondos de paisaje en los que el artista muestra una admirable técnica en la consecución de efectos lumínicos. De estas pinturas, la que describe El encuentro de Jacob con Raquel se encuentra en paradero desconocido, mientras que las representaciones de Jacob bendecido por Isaac y La escala de Jacob pertenecen al Museo del Hermitage de San Petersburgo. La escena que describe a Jacob poniendo las varas al ganado de Labán, se exhibe en el Museo Meadows de Dallas y Laván buscando los ídolos en la tienda de Raquel pertenece al Museo de Cleveland, en Ohio.
     En torno a 1660 Murillo pintó un nuevo cuadro para la Catedral de Sevilla, hoy conservado en el Museo del Louvre. Se trata del Nacimiento de la Virgen, obra de espléndida composición que narra una escena, derivada de la vida doméstica, en la que un grupo de mujeres en torno a la recién nacida muestra su gozo colectivo ante tan feliz acontecimiento. Poco después, en 1665 y para la iglesia de Santa María la Blanca de Sevilla, realizó una serie de cuatro pinturas, hoy en paradero disperso; dos de ellas narran la historia de la fundación de la iglesia de Santa María de la Nieves de Roma, de la que esta iglesia sevillana era filial: representan El sueño del patricio Juan y La visita del patricio al Papa Liberio y se conservan actualmente en el Museo del Prado. Otras dos pinturas que representan La alegoría de la Inmaculada y La alegoría de la Eucaristía se conservan respectivamente en el Museo del Louvre y en una colección privada inglesa. Estos cuatro cuadros de Santa María la Blanca fueron robados por el mariscal Soult en 1810, y se vendieron en Francia a su fallecimiento.
     Otro importante trabajo para la Catedral de Sevilla fue demandado por los canónigos sevillanos en 1667, tratándose en esta ocasión de un conjunto pictórico para decorar la parte alta de la sala capitular de dicho templo. En este recinto se realizaban las deliberaciones de carácter administrativo y de gobierno catedralicio y por ello se decidió que estuviera presidido por una representación de la Inmaculada y por los principales santos de la historia de Sevilla, para que su presencia sirviese de ejemplo moral a los capitulares.


     Así, en pinturas de formato circular, Murillo plasmó a San Pío, San Isidoro, San Leandro, San Fernando, Santa Justa, Santa Rufina, San Laureano y San Hermenegildo, aludiendo en cada uno de ellos a virtudes como la dignidad espiritual, la energía moral, el sacrificio, la sabiduría de gobierno, la confianza en Dios y la defensa de la fe. En ese mismo año de 1667, nuevamente los canónigos sevillanos encargaron a Murillo la escena del Bautismo de Cristo para ser colocada, lógicamente, en la capilla bautismal, en el ático del retablo en que años antes había pintado el gran lienzo de San Antonio de Padua con el Niño.
     Entre 1665 y 1670 Murillo acometió las mayores empresas pictóricas de su vida en la iglesia de los Capuchinos de Sevilla, primero, y a continuación en la iglesia del Hospital de la Santa Caridad. En los capuchinos realizó las pinturas que formaban parte del retablo mayor de la iglesia y también las que presidían los retablos de las capillas laterales. Lamentablemente este conjunto pictórico no se encuentra ya en su lugar de origen, y han sido muchas las vicisitudes que ha sufrido, puesto que durante la Guerra de la Independencia fue trasladado a Gibraltar para ponerlo a salvo de la codicia del mariscal Soult; pasada la guerra, las pinturas regresaron a su lugar de origen, pero en 1836, a causa de la desamortización de Mendizábal, pasaron al recién creado Museo de Bellas Artes de Sevilla, excepto la pintura central del retablo que representa La aparición de Cristo y la Virgen a san Francisco, y que se encuentra actualmente en el Museo Wallraf-Richartz de Colonia. Las otras obras que se integraban en el retablo son las Santas Justa y Rufina, San Leandro y San Buenaventura, San José con el Niño, San Juan Bautista, San Félix Cantalicio y San Antonio de Padua, aparte de La Virgen de la Servilleta. En pequeños altares dispuestos en el presbiterio se encontraban El ángel de la guarda, que fue regalado por los capuchinos a la Catedral de Sevilla, y El arcángel San Miguel, que se encuentra en el Museo de Historia del Arte de Viena. También en el presbiterio, en pequeños altares, se encontraban La Anunciación y La Piedad.
     En los retablos de las pequeñas capillas de la nave de la iglesia de los Capuchinos figuraban pinturas de altar con las representaciones de San Antonio de Padua con el Niño, La adoración de los pastores, La Inmaculada con el Padre Eterno, San Félix Cantalicio con el Niño, San Francisco abrazando el crucifijo y Santo Tomás de Villanueva repartiendo limosna.
     Uno de los programas iconográficos más perfectos y coherentes realizados en el Barroco español lo configuró hacia 1670 el aristócrata sevillano Miguel de Mañara en la iglesia del Hospital de la Caridad, donde, primero a través de las dos representaciones de las postrimerías realizadas por Juan de Valdés Leal y después con seis escenas de las obras de Misericordia realizadas por Murillo, plasmó una profunda reflexión sobre la brevedad de la existencia y la necesidad de que el fiel cristiano lleve una vida alejada de los complacencias humanas para acumular los méritos necesarios que después de la muerte y a la hora del Juicio permitan obtener la salvación eterna. Para conseguir esta anhelada circunstancia, Mañara señaló que era necesaria la práctica de las obras de misericordia, y para ello se las encargó a Murillo, para colocarlas en los muros de las naves de la iglesia. Estas obras de misericordia se ejemplifican en distintos pasajes del Antiguo y el Nuevo Testamento y, así, la pintura que representa a Abraham y los tres ángeles alude a la obra de misericordia de dar posada al peregrino, La curación del paralítico por Cristo en la piscina de Jerusalén indica la dedicación a curar a los enfermos, San Pedro liberado por el ángel, a redimir al cautivo, El regreso del hijo pródigo, a vestir al desnudo, La multiplicación de los panes y los peces, a dar de comer al hambriento, y Moisés haciendo brotar el agua de la roca en el desierto, a dar de beber al sediento. La última obra de misericordia, enterrar a los muertos, está representada en el retablo mayor de la iglesia a través del admirable grupo escultórico realizado por Pedro Roldán, en la escena de El entierro de Cristo.
     En otros dos retablos laterales de la iglesia de la Santa Caridad se ejemplifican, a través de pinturas de Murillo, las dos obligaciones fundamentales que tenían los hermanos de esta institución. La primera de ellas era trasladar a sus expensas a los enfermos desde donde se encontrasen postrados hasta el hospital y para el buen cumplimiento de esta misión les propone el ejemplo de San Juan de Dios trasladando a un enfermo. La segunda obligación era curar y dar de comer a los enfermos en el hospital, que Murillo plasmó en la popular pintura que representa a Santa Isabel de Hungría curando a los tiñosos.
     A los últimos años de la actividad de Murillo corresponde una serie de pinturas en las cuales se advierte cómo el paso de los años, lejos de disminuir su capacidad técnica, la había acrecentado, siendo cada vez su pincelada más fluida y su colorido más transparente.
     De 1671 son varias versiones que el artista realizó de San Fernando con motivo de su canonización, y de fechas inmediatas hay obras de excepcional calidad, como Los niños de la concha, del Museo del Prado, y el Niño Jesús dormido, del Museo de Sheffield. También en estos años postreros realizó varias versiones de San José con el Niño, cuyos mejores ejemplares se encuentran en el Museo del Hermitage de San Petersburgo y en el Museo Pushkin de Moscú. Igualmente importantes son obras como La Virgen con el Niño, de la Galería Corsini de Roma, y La Virgen de los Venerables, que se conserva en el Museo de Budapest, procedente del Hospital de dicha denominación en Sevilla.
     Una vez mencionados los más relevantes encargos que Murillo realizó a lo largo de su vida, hay que señalar también los principales temas iconográficos que plasmó durante su carrera. En este sentido, conviene indicar que una de las composiciones que más le solicitó el público sevillano fue La Sagrada Familia, siendo las más notables, entre las que realizó, las que se conservan en la National Gallery de Londres, en la Wallace Collection de la misma ciudad y en el Museo del Louvre de París.
     Otro tema recurrente dentro de su producción fue la representación de Santa María Magdalena, en la cual acertó a plasmar admirables modelos de belleza corporal femenina en excelentes versiones, entre las que destaca la conservada en el Museo Wallraf-Richartz de Colonia.
     Murillo es considerado en nuestros días como el mejor pintor de la Inmaculada en toda la historia del arte, al haber captado los más afortunados modelos que se conocen con esta iconografía. Los mejores ejemplares de su producción los realizó a partir de 1655, con una disposición corporal movida y ondulada de carácter plenamente barroco. Las más afortunadas versiones de la Inmaculada de Murillo se encuentran en el Museo del Prado, pudiéndose mencionar las llamadas Inmaculada de la media luna, Inmaculada de El Escorial, Inmaculada de Aranjuez y, sobre todo, la más conocida de todas, la admirada Inmaculada de los Venerables, que procede de la iglesia del Hospital de dicho nombre en Sevilla.
     Uno de los grandes temas que cimentó en vida la fama de Murillo fue la representación de asuntos populares extraídos de la vida cotidiana de Sevilla, protagonizados especialmente por niños pícaros y vagabundos que en gran número malvivían en las calles de la ciudad en la época del artista. Estos niños abandonados o huérfanos, sobrevivían fácilmente gracias a su astucia, ingenio y habilidad, ajenos al hambre o a la enfermedad, frecuentes en su tiempo. Murillo los describió comiendo o jugando con una intensa vitalidad y desenfado que les permite estar ajenos a la adversidad y sonreír despreocupados en el trascurso de su vida cotidiana. Estas pinturas fueron muy del gusto de acomodados clientes, comerciantes o banqueros, generalmente extranjeros, que muy pronto se las llevaron a sus países de origen. Obras de gran interés en esta modalidad son Niño espulgándose, del Museo del Louvre, Niños comiendo melón y uvas, Niños comiendo de una tartera y Niños jugando a los dados, las tres en la Alte Pinakothek de Múnich. Otros temas de la vida popular son Dos mujeres en la ventana, de la Galería Nacional de Washington, y Grupo familiar en el zaguán de una casa del Museo Kimbel de Fortworth. También con personajes de la vida popular Murillo plasmó representaciones de las cuatro estaciones, de las que actualmente se conocen sólo dos: La primavera, en la Dullwich Gallery de Londres, y El verano en la Galería Nacional de Edimburgo.
     Al ser Sevilla ciudad residencial para comerciantes, banqueros y aristócratas, fue frecuente que estas gentes de elevada condición social demandasen a Murillo la ejecución de retratos. No son excesivos los que han llegado hasta nuestros días, pero en todos ellos aparecen modelos dignos y elegantes, dándose la circunstancia de que sólo han llegado hasta nuestros días retratos masculinos, aunque se sabe que también efigió a distinguidas damas. Entre los retratos más importantes pueden citarse el de Don Diego de Esquivel, del Museo de Denver, el de Don Andrés de Andrade, del Museo Metropolitano de Nueva York, y el de Joshua Van Belle, conservado en la Galería Nacional de Dublín.
     Es Murillo, sin duda, el pintor más importante en el ámbito de la historia de la pintura sevillana, por haber sabido otorgar a su pintura una impronta característica y personal, tanto en su aspecto formal como en sus características espirituales. Por ello, y durante mucho tiempo, se ha venido identificando a Murillo con el espíritu de la propia ciudad en la que la gracia y la hermosura han sido elementos fundamentales de su esencia (Enrique Valdivieso González, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
     La calle Murillo está situada en la barriada El Señorío de Burguillos. Va de la calle Dalí a la avenida Rodin y tiene una longitud de 700 metros aproximadamente, siendo bidireccional desde el punto de vista del tráfico rodado, asfaltada y alumbrada por farolas funcionales, y cruzada por la avenida Carmen Laffón, y por las calles Leonardo da Vinci, Rafael, y avenida Joan Miró; y además en ella confluyen por el final de las mismas, las calles Zurbarán, Juan Gris, Cristóbal Toral, Pintor Antonio López, y Rivera. Está conformada por viviendas unifamiliares de una distintas promociones inmobiliarias de una y dos plantas en altura, formando parte de una zona residencial, con una zona verde, a modo de pequeño parque, poco antes de llegar al cruce con la calle Leonardo da Vinci.
   La calle Murillo es, históricamente, una vía moderna el callejero burguillero, puesto que fue creada a comienzos del siglo XXI con el boom inmobiliario que se produjo en nuestro pueblo, de ahí su estilo impersonal, muy característico de todas las urbanizaciones contemporáneas no sólo de nuestro pueblo, sino de todo el urbanismo actual.