Cada lunes una nueva entrada con una noticia sobre Historia, Arte, Geografía, Bibliografía, Patrimonio, Fotografía, Hemeroteca, ... de nuestro pueblo: BURGUILLOS

Historia, Patrimonio, Arte, Bibliografía, Hemeroteca, ... sobre nuestro pueblo: BURGUILLOS

lunes, 30 de enero de 2023

Hemeroteca: Poema de Felipe Pérez y González a las trillizas de Burguillos, en el periódico "El Liberal", del 8 de octubre de 1897.

     Mostramos en Historia de Burguillos el poema aparecido en el periódico "El Liberal", editado en Madrid, el día 8 de octubre de de 1897, dedicado al nacimiento en nuestro pueblo de trillizas, hecho extraordinario ahora y entonces.
     "El Liberal"; Este diario matutino comienza a publicarse el sábado 31 de mayo de 1879 y dejará de hacerlo el 28 de marzo de 1939, al ser incautado por el “nuevo” Estado dictatorial del general Franco. Durante sus sesenta años de vida tuvo una orientación liberal republicana moderada y en la segunda década del siglo veinte alcanzó una de las mayores tiradas de la prensa española, siendo el prototipo de los grandes periódicos populares y el más leído entre las capas obreras, “por su lenguaje claro y contundente, su preocupación por los problemas de los trabajadores, sus informaciones rigurosas y exhaustivas y un cierto sensacionalismo”, tal como ha expresado María Dolores Sáiz.
     Nace de la disidencia encabezada en el seno de El imparcial (1867-1933) por quien Eduardo Gasset y Artime (1832-1884) había cesado anteriormente como su director y mano derecha, Mariano Araús Pérez (1836-1901), e Isidoro Fernández Flórez (1840-1902), ya conocido como Fernanflor, quien había proyectado y dirigido durante los últimos cinco años el suplemento Los lunes de El imparcial, a los que se unieron los antiguos socios de Gasset, Mariano Milego y el crítico taurino Eduardo de la Loma, además de otros redactores y trabajadores. El motivo del cisma fue la mudanza ideológica de El imparcial al aceptar al régimen monárquico alfonsino y la política personal de Gasset que chocó contra las convicciones de sus redactores.
     El liberal nació así como un diario absolutamente independiente con fuertes raíces democráticas, al amparo de la nueva ley de prensa del siete de enero de 1879 a través de la cual empieza a “levantar cabeza” la prensa republicana, a la vez que la poderosa izquierda dinástica fragua en el fusionismo y el liberalismo sagastino.
     Araús será su primer director y a su redacción se sumarán otros periodistas que habían abandonado el diario de Gasset el 19 de mayo de 1879, como Julio Vargas Machuca, Francisco de Asís Pacheco, José María Anchorena, José Fernández Bremón o Manuel María González, todos ellos de ideología republicana.
     Nace en pugna con El imparcial, con el que entablará una enconada rivalidad, y su pronto éxito será debido a un exquisito equilibrio entre información y opinión y al tono literario de sus editoriales, infrecuente en la prensa de la época, junto al carácter popular de algunas de sus informaciones, que rozarán cierto sensacionalismo, y que tendrán su mayor exponente con el crimen de la calle Fuencarral y el caso Mussó.
     Peñaflor, que será su mayor accionista fundador, intentará, ya el dos de junio de 1879, emular al suplemento de su adversario creando y dirigiendo Los lunes de El liberal, que al año siguiente se transformará en el suplemento Entre páginas, que aparecerá jueves y domingos, en donde ya empezará a sobresalir la pluma de Miguel Moya Ojanguren (1856-1920), quien asumirá la dirección del diario a partir de 1890.
     Será un periódico de gran formato, compuesto a cuatro columnas al principio y que después irá aumentando en número, insertando en su primera página los editoriales y artículos de fondo, y con secciones para las crónicas parlamentarias, las noticias de provincias, los telegramas del extranjero de la agencia Fabra, disposiciones oficiales, las crónicas locales, las cotizaciones de bolsa, la de espectáculos, cultos, libros y notas meteorológicas. Columnas como “A vuela pluma” y “Plato del día” tendrán la firma de Mariano de Cavia (1855-1920), que a la vez hará crítica taurina bajo el seudónimo de Sobaquillo a partir de su ingreso en la redacción en 1881. Será asimismo el periódico que introducirá y afianzará los anuncios por palabras, insertará necrológicas sin el símbolo de la cruz, adoptando el diario a la vez un anticlericalismo crítico, y prolongará el folletón típico francés. A partir del nueve de julio de 1889 aparecerá junto a su cabecera la leyenda de ser “el periódico de mayor circulación de España”.
     En 1901, El liberal lleva a cabo una etapa de expansión, creando una cadena de periódicos con el mismo título en Barcelona, Bilbao, Murcia y Sevilla y, en 1906, Moya junto al gerente del diario, Antonio Sacristán, como herederos de Fernanflor, crearán, la Sociedad Editorial de España, el gran Trust de la prensa empresarial española del periodo, al que quedan adscritos El imparcial y Heraldo de Madrid (1890-1939), junto a otras cabeceras, y de la que serán máximos accionistas, siendo Moya el presidente de su consejo de administración. A partir de 1907 su nuevo director será Alfredo Vicenti (1850-1916), uno de los mejores editorialistas de la época, que había ingresado en su redacción en 1896. A su muerte le sustituirá en la dirección Enrique Gómez Carrillo, redactor desde 1893 y redactor jefe desde 1907, y entre 1917-1923, Antonio Moya Gastón. Los diarios del Trust serán los de mayor circulación de la época, alcanzando una tirada conjunta de más de 435 mil ejemplares.
     El liberal seguirá siendo el representante de la gran prensa republicana moderada más a la izquierda y no partidario, de ideología democrática y socializante, tal como lo describe Maria Cruz Seoane. Aún así, llegará a ser portavoz del Partido Reformista de Melquíades Álvarez, hará oposición al ministerio de Antonio Maura y ofrecerá una opinión favorable al Partido Liberal, al principio en la persona de Segismundo Moret, después en la de José Canalejas y, por último en la del conde de Romanones (Álvaro Figueroa y Torres). Durante la primera guerra mundial se caracterizará por su francofilia, llegando a estar subvencionado por el Comité de Prensa francés, aunque al final de ella observará una “estricta neutralidad” que resultaría chocante.
     Según las estadísticas oficiales, durante la segunda década del siglo veinte alcanzará los 120.000 ejemplares diarios, una de las más altas tiradas de la prensa de la época, de los que prácticamente la mitad serán suscripciones, considerándose más un periódico de difusión madrileña, firme defensor de la libertad de expresión, que leen las capas populares de la pequeña burguesía y las clases trabajadoras, lo que origina una rivalidad de la prensa estrictamente obrera contra el.
     Un nutrido grupo de redactores protagonizarán un cisma más a la izquierda en el seno de su redacción, y el 13 de diciembre de 1919 fundarán La libertad, que será dirigida por Luis Oteyza y de la que Antonio de Lezama será su redactor jefe. Entre los que se pasan a la nueva redacción se encuentran también Luis de Zulueta, Pedro de Répide, Augusto Barcia, Manuel Machado, Alejandro Pérez Lugín, Ezequiel Endériz, Antonio Zozaya y el fotógrafo Alfonso.
     En 1923 El Liberal será vendido a los hermanos Manuel y Juan Busquets, empresarios catalanes y máximos acreedores del Trust, que crearán la Sociedad Editora Universal. Será nombrado director Eduardo Rosón, al que pronto le sustituirá Francisco Villanueva, hasta 1927, siendo incorporado como redactor jefe Rafael Morayta y, como confeccionador, Manuel Font. Intensificará su línea izquierdista adoptando una de las posiciones más radicales a la dictadura primoriverista, de la que sufre persecución.
     En el primer tercio del siglo veinte, uno de sus más distinguidos colaboradores fue Miguel de Unamuno, y entre otros fueron sus redactores o colaboradores, además de los ya citados y que fundaron La libertad, Luis Morón, corresponsal en la guerra cubana; Mariano Martín Fernández, que llegó a ser su redactor jefe en 1907; Luis Araquistáin y Ramón Pérez de Ayala, que fueron corresponsales en Londres durante la guerra mundial; Joaquín Dicenta y Adolfo Marsillach, corresponsales en Barcelona; Arturo Mori, Jaime Torrubiano, Rafael Torres Endrina, Leopoldo Bejarano, Artemio Precioso, José Venegas, Francisco Vera, Manuel Delgado Bareto, Antonio Rodríguez Lázaro, Carlos del Río y Julián Settier.
     El liberal pertenecerá al grupo destacado de la prensa española que contribuirá al advenimiento de la II República. Durante el primer bienio apoyará al gobierno de Manuel Azaña, y situándose en un republicanismo de izquierda moderado, seguirá siendo uno de los diarios más leídos, ahora con formato más reducido y un número de páginas que alcanza las dieciséis.
     Entre sus periodistas del periodo republicano se encuentran Emiliano M. Aguilera, José Manuel de Armiñán, Roberto Castrovido, Marcelino Domingo, Edmundo González Blanco, Gabriel Greiner, José Rocamora, Pedro Massa y F. Valera, como editorialista. Entre 1937 y 1938, su director fue Emilio Ayeusa y, en 1939, Manuel Rosón Ayuso. Tras entrar las tropas franquistas en Madrid y ser incautado, de sus talleres empezó a salir el diario Madrid. Los herederos de los Busquets iniciaron en la década de los cincuenta un proceso, que aún en 2011 continuaba, para que el Estado les indemnice por los bienes incautados de la Sociedad Editora Universal.
       Pues bien, en una de sus páginas de la edición del viernes 8 de octubre de 1897, a seis columnas, en la que se publican noticias diversas, aunque la que nos interesa fundamentalmente a los burguilleros, es la que bajo el titular REVISTAS CÓMICAS, y el subtitulo CHICAS AL POR MAYOR, a mitad de la cuarta columna, y zona superior de la quinta columna; y que pasamos a transcribir íntegramente:



REVISTAS CÓMICAS
CHICAS AL POR MAYOR
En Burguillos, pueblo
cercano á Sevilla, 
una mujer, hace
cuatro ó cinco días, 
sintiendo una noche
los terribles síntomas
de haber un aumento
pronto en la familia, 
dió á su amante esposo
la buena noticia,
y con ansia grande, 
natural, legítima, 
esperaron todos
á ver qué venía.
Es claro, la noche
fué mala, malísima,
porque la pasaron
todos en vigilia,
con rezos, angustias,
idas y venidas;
mas por la mañana
todo fue delicia,
plácemes, saludos,
contentos y risas, 
mientras el esposo
para sí decía:
- ¡Diantre! ¡Mala noche
y parir tres hijas!
Porque la señora
dió á luz tres chiquillas,
que están saludables
guapas y rollizas, 
y Dios, conservándolas, 
les dé larga vida.
El caso en el pueblo,
segun comunican
á varios periódicos, 
tanto regocija,
que ha sido el bautizo
fiesta solemnísima,
y hubo fuegos, músicas,
luminarias, vivas, 
repiques y bailes, 
bromas y alegría.
Un colega dice
que se necesitan
hembras como aquéllas
que "su ejemplo" sigan,
y den á la patria,
triste y dolorida,
numerosos súbditos
para que la sirvan.
Pero una señora
que tiene seis niñas,
y no haya seis novios
por más que "se aplica",
decía angustiada,
viendo la noticia:
- Si esas de Burguillos,
ahora que nos quitan
tantísimos hombres
las guerras malditas,
fueran tres muchachos,
las palabras dichas
por ese periódico
yo celebraría;
pero si á esa madre
las demás imitan
y merman los hombres
y aumentan las chicas,
las pobres mujeres
van a estar lucidas.
Felipe Pérez y González.

Conozcamos la biografía de Felipe Pérez y González, autor del poema;
     Felipe Pérez y González (Sevilla, 15 de mayo de 1854 - Madrid, 16 de marzo de 1910). Escritor, periodista, humorista y folclorista. Escribió el famosísimo libreto de la zarzuela “La Gran Vía”.
      Nació en Sevilla, en mayo de 1854, donde estudió Derecho. Con 15 años escribió “¡Doña Inés del alma mía!”; y a los 18, su primer libro de poemas, “El libro malo”. En 1884 se marchó a Madrid, donde vivió de su escritura, como periodista y autor. El estreno de la zarzuela de tono satírico “La Gran Vía”, con música de Federico Chueca y Joaquín Valverde, el 2 de julio de 1886 en el Teatro Felipe, duró cuatro horas debido a que los números tuvieron que repetirse tres y cuatro veces a petición del público. En 1893, fundó una revista semanal del mismo nombre. Como folclorista dejó una gran colección de cuentos populares. Murió en Madrid, el 16 de marzo de 1910 (España es cultura).  
     Desde los catorce años se dedicó al periodismo, a los quince escribió un juguete dramático cómico-político y a los dieciocho su primer libro de versos, El libro malo, una colección de ingeniosos epigramas. Sus primeros escritos aparecieron en los periódicos sevillanos La Mariposa y El Tío Clarín. Se licenció en Derecho con brillantez y trabajó como oficial del Archivo Municipal de Sevilla y como secretario de su Ayuntamiento, cargo del que dimitió para consagrarse en exclusiva a la literatura, el teatro y el periodismo en Madrid, hacia donde marchó a vivir en 1884.
     Colaboró en El Motín, en El Progreso y en muchos otros diarios y revistas. Siendo procesado por uno de sus artículos, se acordó de que era abogado y se defendió él mismo. Escribió algún famosísimo libreto de género chico, como el de La Gran Vía (véase Historia de la Gran Vía), una especie de revista satírica en un acto y cinco cuadros que pretendía criticar la reforma de la famosa calle madrileña con música de Federico Chueca y de Joaquín Valverde; se estrenó el 2 de julio de 1886 en el Teatro Felipe con un éxito sin precedentes en la escena madrileña. La función duró cuatro horas, la tiple Lucía Pastor y el tenor Joaquín Manini tuvieron que repetir hasta dos y tres veces cada número; el éxito fue similar en todo el mundo y le hizo rico.
     En 1892 entró en la redacción de El Liberal de Madrid. En 1893 fundó La Gran Vía, Revista Semanal Ilustrada. Su redacción servía de tertulia de dibujantes, escritores y humoristas como Ricardo Monasterio, Ramos Carrión, Tomás Luceño etcétera. Otras piezas dramáticas suyas son Con luz y a oscuras, Casi... Casi..., El oso y el centinela, Simón por horas, La villa del oso, Pasar la raya, Los vecinos del segundo, Los cortos de genio, Estoy que ardo, La manzana, El fruto prohibido, La jaula, Las oscuras golondrinas, Pelillo a la mar, París de Francia, Bonito soy yo, El barbián de la Persia, Recurso de casación, Las ligas verdes, El marquesito, Oro, plata, cobre y nada, Doña Inés del alma mía, El niño Jesús, Champagne, manzanilla y peleón etcétera. Póstumo apareció su libro Un año en sonetos, donde se percibe la gran facilidad versificatoria del autor y su gran vis cómica. Popularizó en El Liberal y en Blanco y Negro el pseudónimo Tello Téllez para firmar unas curiosísimas Efemérides.
     Otros libros del autor, pero no de género dramático, son El libro malo, 1872; Tajos y reveses; Fuegos artificiales (1897); Pompas de jabón, 1896; El nuevo sistema métrico; Teatralerías (1897); Chucherías y fruslerías históricas, Peccata minuta, Salud y pesetas, Filibusterías y yankees al hombro, 1898; Un cuadro de historia, el poema Levantar muertos etcétera.
     Poseedor de una gran cultura, escribió apuntes para una biografía de Luis Vélez de Guevara y editó en 1903 el Diablo Cojuelo de este autor. Como folklorista se le debe una gran colección de cuentos populares: ¿Quieres que te cuente un cuento? Pues allá van ciento (1897).
   Señalar que sobre este artículo ya se realizó la oportuna reseña en el boletín nº 16 de "Patrona de Burguillos" editado en 2010 por la Hermandad de la Virgen del Rosario, y en este mismo blog el 26 de diciembre de 2016 bajo el título Hemeroteca: Nacimiento de trillizas en Burguillos en La Vanguardia de 11 de octubre de 1897 y que desgraciadamente aún no hemos podido averiguar que fue de aquellas tres niñas, si llegaron a la edad adulta y quienes son sus descendientes o familiares. Esperemos que este artículo sirva para poder recabar más datos sobre ellas.

lunes, 23 de enero de 2023

Bibliografía: El yacimiento arqueológico nº 116 (Mudapelos), de Burguillos en el libro "Implantation rurale antique sur le Bas-Guadalquivir", de Michel Ponsich, editado por el CSIC, en Madrid, en 1974.

     Mostramos en Historia de Burguillos los datos del yacimiento arqueológico nº 116 (Mudapelos) de Burguillos, que aparece en la principal monografía dedicada al estudio de la arqueología romana del término municipal de nuestro pueblo. Se trata de "Implantation rurale antique sur le Bas-Guadalquivir" [Antiguo asentamiento rural en el Bajo Guadalquivir], obra de Michel Ponsich, editado por el Laboratorio de Arqueología de la Casa de Velázquez (CSIC), en Madrid, en 1974.
   Es una obra imprescindible para conocer la historia de nuestro pueblo en época romana, y por supuesto de toda nuestra comarca, y en definitiva el Bajo Guadalquivir. Fundamental para nuestro pueblo porque en él se detallan, nada más y nada menos, que 25 yacimientos arqueológicos enclavados en el término municipal de Burguillos, siendo el aquí descrito el nº 116 (Mudapelos), que aparece en la página 94, y que pasamos a transcribir literalmente:

116 - MUDAPELOS
                    ‎Coordenadas: 401,8 / 334,1.‎
                    Término         :    Burguillos 
‎     Margen derecha del Mudapelos, en las alturas que la dominan y al sur de la carretera Burguillos - Villaverde del Río, fragmentos de azulejos y ladrillos romanos en la superficie. Granja romana.‎



lunes, 16 de enero de 2023

Geografía: El Paraje "El Lentiscal"

     Mostramos en Historia de Burguillos una pequeña reseña del paraje "El Lentiscal".
      El paraje "El Lentiscal", lugar que toma su nombre, lugar que toma su nombre, sin duda, del lentisco, arbusto mediterráneo.

     El lentisco, pistacia lentiscus, es un arbusto ramoso que alcanza el porte de un arbolito de hasta 7-8 m. Su corteza madura es grisácea, pero en las ramas y ejemplares jóvenes es verdosa o rojiza. Sus hojas son coriáceas, persistentes —a diferencia de su congénere, el terebinto (Pistacia terebinthus), que las tiene caducas—, lampiñas y compuestas por 2-7 pares de hojuelas (paripinnadas). Las hojas se disponen alternas sobre las ramas, si bien las hojuelas aparecen más o menos opuestas en el rabillo de la hoja, el cual tiene unas pequeñas expansiones laterales como si fuera un poco alado. Además, las hojuelas tienen el margen entero, son elípticas o lanceoladas, brillantes, oscuras por el haz, algo más claras por el envés y, a menudo, terminadas en una puntita no pinchosa. Las flores son verdosas o rojizas, y los frutos son globosos, de 3,5-5 mm, poco carnosos y rojizos primero, aunque luego ennegrecen al madurar.
     Es una planta mediterránea que forma matorrales desarrollados en encinares, acebuchares, coscojares y otras formaciones de similar ecología, siempre que no haya heladas fuertes y los inviernos sean más o menos suaves. Es indiferente al tipo de suelo y crece desde el nivel del mar hasta los 1100 m. 
     El lentisco habita en toda la zona mediterránea y en Canarias. En las Baleares es abundante en todas las islas mayores, en tanto que en la Península Ibérica es frecuente en la mitad este y sur.


     Flora iberica dice: «Se ha llamado almáciga o mástique a la resina del lentisco y trementina de Quío a la del terebinto; sin embargo, en numerosas ocasiones a las dos resinas, extraídas mediante incisiones realizadas en el tallo, se las denomina trementina de Quío. Se ha usado como masticatorio, como chicle, desde la Grecia antigua. También se ha utilizado en la confección de empastes dentales —especialmente para remediar las caries—, en tratamientos de halitosis o fortalecimiento de las encías y en la elaboración de barnices. Su madera ha sido utilizada para la producción de un carbón de gran calidad, lo que podría haber provocado la desaparición de los ejemplares arbóreos y la generalización del aspecto arbustivo de la especie. Las hojas y ramas son ricas en taninos y, por su carácter astringente, han sido utilizadas en tratamientos bucales y estomacales. De los frutos se ha extraído el aceite de lentisquina, utilizado para el alumbrado y para el consumo humano y animal. En la isla griega de Quío se cultiva para la elaboración de un licor, el ouzo, aromatizado con la resina del lentisco —o de la cornicabra—, semillas de anís y otras especias, como coriandro, clavo o canela». Pero se sabe, además, que su resina ya era usada en tiempos de los faraones.
     La planta también se usa como seto vivo y como patrón de injerto para el pistachero (Pistacia vera L.), un arbolito de origen asiático que se cultiva por sus frutos en zonas de clima templado y que raramente se asilvestra.
     En algunas comarcas levantinas se aromatizaba el agua contenida en los botijos con hojas de lentisco, y se decía a los niños: «la hora del vermú», pues se creía que les abría el apetito. Sin embargo, el filósofo griego Aristóteles, más de dos mil años antes, afirmaba que se trataba de una mala hierba para los brebajes.
     El escritor cordobés Juan Valera, en su novela La cordobesa, cuenta: «Entre las jaras, tarajes, lentiscos y durillos, en la espesura de la fragosa sierra, a la sombra de los altos pinos y copudos alcornoques, discurren valerosos jabalíes y ligeros corzos y venados…».
    El poeta barcelonés Jacinto Verdaguer versa sobre el lentisco en el poema navideño Jesús Infante:
«De lentisco con las ramas siempre verdes
que planta de la roca en las grietas,
hace José a la Virgen un pabellón
que del templo mejor será sagrario».
     El novelista francés Julio Verne escribió en El archipiélago en llamas: «En aquel momento, una lechuza lanzó un grito y salió volando de un matorral de lentiscos que obstruía el dintel de la puerta […] En el sur se cubre de esas varias especies de lentiscos que producen una goma muy estimada, la almáciga, de gran empleo en las artes y aun en la medicina».
     Su aprovechamiento maderero y para elaborar carbón podría ser la causa de que apenas queden bosques espesos y con árboles de mayores tallas como había en otros tiempos. En Viajes por Marruecos, el espía y aventurero catalán Domingo Badía —más conocido como Ali Bey— describe la existencia de bosques de lentiscos espesos a comienzos del siglo XIX cerca de Casablanca: «…a la una entré en un crecido bosque de lentiscos muy espesos […] y a las cinco se armaron las tiendas junto a las ruinas del un pueblo llamado Lela Rotma». También en el libro Larache: datos para su historia en el siglo XVII, de Tomás García Figueras y Carlos Rodríguez Joulia Saint-Cyr, editado por el CSIC, se habla de los densos bosques con lentiscos: «Dominando la orilla izquierda de la desembocadura del río Lucus, sobre un terreno excepcionalmente fértil, al que por entonces rodeaban espesos bosques de alcornoques, encinas, robles, acebuches y lentiscos, su flora rivalizaba en riqueza con su fauna». Este aprovechamiento hoy en día está regulado en la Región de Murcia y en Andalucía. Por otro lado, en la Lista roja de la flora vascular de la Comunidad Autónoma del País Vasco, el lentisco aparece en la categoría ‘con menor riesgo de extinción’.
     Pistacia es el nombre con el que los romanos ya denominaban al pistachero y a sus frutos, aunque el origen del nombre es oriental. Fue el naturalista Carlos Linneo quien asignó el género Pistacia a lo que el botánico francés Joseph Pitton de Tournefort llamaba Lentiscus y Terebinthus, para designar al lentisco y al terebinto respectivamente, dejando aquellos nombres como epítetos específicos de ambas especies.




         Al paraje de El Lentiscal se llega tras salir del casco urbano de Burguillos, bien por la calle Real, o bien por la calle Blas Infante, tomar el Camino de la Madroña (el antiguo camino a Castilblanco de los Arroyos), y justo al llegar a la zona lindante con el recinto del Parque Municipal de La Madroña, toda la zona que queda a nuestra derecha, es el paraje "El Lentiscal", delimitado al Norte, por los parajes de la "Ladera Chica" y "Convento Sancti Spíritu"; al Este, por la Vereda de los Rodeos; al Sur, por el paraje "La Viña"; y, al Oeste, por el parque natural "La Madroña", encontrándose a unos 4,5 km. de nuestro pueblo y a una media de 175 m. de altitud. Señalar que todas las imágenes provienen del Instituto Geográfico Nacional.

lunes, 9 de enero de 2023

Arte: La Pila Bautismal, de Francisco Gómez, en la Iglesia de Burguillos

     Mostramos en Historia de Burguillos la Pila Bautismal que encontramos junto al muro del Evangelio en la zona inmediata al presbiterio de la iglesia parroquial de San Cristóbal mártir de nuestro pueblo, aprovechando que ayer, 8 de enero (domingo posterior a la solemnidad de la Epifanía del Señor), fue la Fiesta del Bautismo de Nuestro Señor Jesucristo, en el que maravillosamente es proclamado como Hijo amado de Dios, las aguas son santificadas, el hombre es purificado y se alegra toda la tierra [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].


   Y que mejor día que hoy, para analizar dicha Pila Bautismal.
   La Pila Bautismal de la Iglesia parroquial San Cristóbal mártir (nº 14 en el plano), es una obra de cantería realizada en 1693 por el sevillano Francisco Gómez con mármol de jaspe rosado de las canteras de Morón de la Frontera, y con unas medidas de 1'11 x 1'08 m.
Medidas: altura 1,11 m., diámetro 1,08 m.
     Gracias al Archivo Parroquial se sabe con bastante exactitud la historia de esta pila. Así el mandato nº 15 que dejó el Arzobispo de Sevilla D. Jaime de Palafox y Córdova, en la visita que hizo a la Parroquia de Burguillos el 26 de marzo de 1.693, en el que ordena la construcción de la Pila Bautismal, es el siguiente: "...Que dentro de dos meses se haga nueva Pila Bautismal de piedra escogida con las circunstancias que se expresan en los mandatos que dejó Su Ilustrísima en su visita pasada de esta Iglesia, y pasado dicho tiempo y no habiéndose hecho la misma Pila se quiebre y entierre la que hoy sirve de barro; y el Cura no bautice en ella (bajo) pena de privación de oficio, y con apercibimiento que se procederá contra él a lo demás que hubiere lugar en derecho. Y da Su Ilustrísima licencia a los Vecinos de esta Villa, para que lleven a bautizar los niños al lugar más cercano, que sea de esta Diócesis y tenga Pila de Piedra..." Así con este mandato se construyó la pila en 1.693 por Francisco G6mez, cantero de Sevilla, costando 1.000 reales de vellón, que se pagaron según reci­bo de 23 de diciembre de 1.693. También se originaron otros gastos como fueron el porte de la Pila de Sevilla a Burguillos (55 reales), el salario del maestro que vino a ponerla y la cabalgadura que lo trajo (42 reales), el aceite, yeso y peón (15 reales), la tapa y cerradura de la Pila (100 reales) y el transporte de  la tapa desde Sevilla (16 reales).


     Como datos curiosos deben reseñarse que por aquel entonces era Cura de Burguillos D. Sebastián Hurtado, y que el primer bautizo celebrado en  la pila fue seguramente el de Juana Gutiérrez, nacida el 26 de enero de 1.694, bautizada el 3 de febrero de 1.694. Por otro lado, indicaré que la Pila Bautismal ha pasado a lo largo de la historia por varios lugares.  Así  su primera  ubicación  estuvo en lo que he llamado en en el plano como "Dependencia Parroquial", ya que hasta 1.973 fue la Capilla Bautismal de la Parroquia. De ahí pasó a los pies de la nave de la Epístola donde no daba servicio, sustituyéndose por otra móvil (hoy en la Ermita de Nuestra Señora del Rosario, en el paraje de La Madroña), hasta que fue colocada en su posición actual en 1.989.
Conozcamos mejor los Relatos de los Evangelistas, el Culto y la Iconografía de la Fiesta del Bautismo de Nuestro Señor Jesucristo para entender la Pila Bautismal de nuestra parroquia:
Los relatos de los evangelistas
   Los acontecimientos del ciclo de la Infancia en general aparecen mencionados en uno solo de los Evangelios, y ello en el mejor de los casos, porque casi siempre estamos limitados a las ficciones novelescas de los Evangelios apócrifos.
   Aquí, por primera vez, nos encontramos en presencia de un abanico de testimonios concordantes. El apóstol Juan se limita, es verdad, a aludir a él (1: 29 - 32) cuando se refiere al encuentro del Bautista y Jesús y al descenso del Espíritu Santo. Pero contamos con el testimonio de los tres sinópticos: Mateo (3: 13 - 17), Marcos (l. 9 - 13) y Lucas (3: 21 - 22).
   Esos relatos pueden resumirse de esta manera:
   Jesús va hacia el Jordán desde Nazaret, para hacerse bautizar por Juan. El Precursor se niega un honor del cual se juzga indigno, como más tarde lo hará san Pedro en la escena del Lavatorio de los pies. Pero Jesús insiste. En el momento en que sale del agua ve abrirse el cielo y descender sobre él el Espíritu de Dios, como una paloma. Y en el cielo resuena una voz que dice: "TÚ eres mi Hijo amado, en ti me complazco".


   La escena está compuesta entonces por dos elementos bien diferenciados: la purificación en el agua del río y la teofanía o Descenso del Espíritu Santo.
   Cabe preguntarse por qué Jesús se sometió espontáneamente a un rito de purificación que no necesitaba más que la Virgen después de su maternidad sin mancha. Los teólogos responden que eso no era para él sino para los hombres de la Nueva Alianza, con el objeto de instituir el sacramento del Bautismo en lugar de la Circuncisión judaica.
   En cuanto a la teofanía, ha sido imaginada para agrandar la figura de Jesús que sin el la habría aparecido como un simple discípulo de san Juan; y para afirmar así su carácter mesiánico. Su voluntaria humildad está desdibujada por esta apoteosis.
   En el simbolismo cristiano inspirado en san Pablo, la inmersión del neófito en la piscina significaba su muerte, y la salida del agua simbolizaba la resurrección por la virtud del bautismo.
Culto
   La fiesta de la Epifanía, que se celebra el 6 de enero, en la actualidad evoca la Adoración de los Reyes Magos, es la Fiesta de Reyes; pero originalmente conmemoraba el Bautismo de Cristo en el Jordán, considerado la primera Epifanía o Teofanía de Cristo, es decir, su primera manifestación divina. Las Constituciones apostólicas redactadas hacia el año 400 le otorgan ese significado. «Es necesario descansar ese día -enseñan-porque es aquél en que la divinidad de Cristo ha sido revelada, cuando el Padre le ha rendido testimonio y el Espíritu Santo apareció sobre su ca­beza en forma de paloma.»
   Entre los orientales, el Bautismo siguió siendo el principal objeto de la fiesta, y en los calendarios coptos la Epifanía está designada con el nombre de Dies Baptismio Inmersio Domini.
Iconografía
Los datos esenciales del tema
   Antes de analizar la evolución iconográfica del tema bajo la influencia de la liturgia bautismal, conviene aislar los rasgos esenciales de la composición.


   En principio, asombra la semejanza del Bautismo con la Anunciación. En una y otra escena tenemos dos personajes principales: Cristo y san Juan Bautista, la Virgen y el ángel, uno de naturaleza divina (Cristo, el ángel), el otro pertenecien­te a la especie humana (san Juan Bautista, la Virgen). De ello resulta, natural­mente, una composición de tipo polarizado y más o menos asimétrica, aunque a di­ferencia de la Anunciación, la escena ocurre al aire libre, en un espacio homogéneo.
   Los dos temas se juntan gracias a la presencia de un tercer factor: Dios Padre o la paloma del Espíritu Santo que aparece encima de la cabeza de Cristo.
   Al convertirse en el centro o eje de la composición, la paloma celestial reduce la importancia del papel de san Juan Bautista que sólo es, igual que el ángel mensajero, un simple ejecutante y que acaba por arrodillarse ante Cristo.
   Lo que distingue al Bautismo de la Anunciación -este es un punto acerca del cual nunca se insistirá demasiado- es que aquél no es sólo un acontecimiento de la vida de Cristo, sino un sacramento y que, en consecuencia, su iconografía se basa no sólo en los relatos evangélicos sino también, y sobre todo, en la liturgia bautis­mal cuyas variaciones refleja.
   «Se han combinado dos cosas: lo que ocurrió en el bautismo de Jesús y lo que ocurría en el bautismo de los fieles y se hizo porque se consideraba el bautismo de Jesús como el prototipo del bautismo cristiano.»
La evolución del tema
   Es necesario estudiar aparte la purificación sacramental y la teofanía.
a) El rito de la purificación
   A falta de una descripción bastante precisa en los Evangelios, la escena del Bautismo de Cristo ha sido representada por el arte cristiano de acuerdo con la liturgia del sacramento bautismal. Ella está modelada según los ritos de ese sacramento que ha sido administrado sucesivamente en dos formas: por inmersión en un río o una piscina de baptisterio o por simple infusión en la capilla de las pilas bau­tismales.


A) El bautismo por inmersión (per immersionem)
   En los dos casos, los personajes principales son siempre Cristo, san Juan Bautista y los ángeles. Pero hay diferencias muy evidentes en sus actitudes, ropas y acce­sorios.
Los personajes: Jesús, Juan, los ángeles
   Entre los siglos VI y XII en el arte bizantino o bizantinizante se representó a Jesús completamente desnudo, inmerso en las aguas del Jordán. El agua asciende hasta su cintura y a veces hasta sus axilas u hombros, dibujando alrededor de su cuerpo una cúpula ovoidal que se asemeja a una campana líquida que no puede represen­tar la pila bautismal puesto que en vez de ser cóncava es convexa. El curso del río está representado según las reglas de una perspectiva infantil en la cual las líneas se elevan en vez de alejarse. La fluidez del agua está indicada en las ondulaciones paralelas que estrían la campana acuática, como las olas y peces que nadan en el elemento líquido. Pero el agua no es transparente, puesto que sirve para tapar el sexo.
   A pesar de la cronología de Lucas que expresamente atribuye al Mesías la edad de treinta años al tiempo de su Bautismo, en el arte paleocristiano Jesús tiene la estatura de un niño (pintura mural del cementerio de Calixto, sarcófago de santa Quiteria en Mas d'Aire). Esta anomalía se debe a que en la liturgia los catecúmenos eran llamados pueri, infantes. Es a finales del siglo VI, en el Evangelio sirio de Rabbulos, donde aparece en el Bautismo un Cristo adulto y barbudo. A partir de entonces se lo representará con la estatura de un hombre.
   A veces, en lugar del lecho del Jordán es bautizado en una cuba. Otra prueba de la influencia de la liturgia. El bautismo, para ser eficaz, primitivamente debía administrarse en aguas corrientes y vivas, es decir, en un río. Por razones de comodidad más tarde debieron contentarse con aguas muertas, detenidas en un recipiente con forma de cáliz.
   San Juan Bautista vestido con una zamarra de piel de oveja está de pie sobre la ribera e impone la mano sobre la cabeza de Jesús. Antes de finales del siglo XII no se lo ve nunca verter el agua lustral. El mosaico restaurado del baptisterio de Rávena puede presentarse como una excepción a esta regla.


   Sobre la orilla opuesta del río están los ángeles descendidos del cielo para oficiar como diáconos. Su presencia no se menciona en los Evangelios canónicos ni en los apócrifos. También dicha presencia se explica por la liturgia en la cual un diácono asistía al obispo sosteniendo el capillo y vistiendo a los catecúmenos con una túnica blanca después de la inmersión. El número de diáconos oscila entre uno y tres, en este último caso, simbolizan las tres jerarquías angélicas.
   De acuerdo con la costumbre oriental, llevan las manos veladas (manus velatae) en señal de respeto. Los artistas de Occidente, poco familiarizados con el ceremo­nial bizantino,  no comprendieron el significado de esos velos e imaginaron ingenuamente que los ángeles presentaban una bata de baño para secar al catecúmeno, o que cumplían la función de percheros vivos esperando que Cristo saliera del agua.
Los accesorios: el Jordán personificado, el dragón y la cruz acuáticos, el hacha hundida en el tronco de un árbol
   El Bautismo por inmersión comporta además figuras alegóricas como el dios del Jordán, el dragón vencido y un monumento conmemorativo: la cruz acuática.
   El Jordán está personificado por un dios fluvial que tiene un ramo de cañas y una urna inclinada, de acuerdo con una tradición que el arte de los primeros tiem­pos del cristianismo tomó del arte alejandrino.
   Como se consideraba, según san Jerónimo, constituido por Jor y por Dan, a veces aparece duplicado en dos medias figuras. Por eso el río Dordoña, formado por Dora y por Doña, en el arriate de agua de Versalles está representado por dos urnas. En el Protaton del monte Athos, el Jordán es un viejo calvo que conduce un tiro de dos delfines. Con frecuencia tiene sobre la frente pinzas de cangrejo, como los centauros marinos de la mitología (bap­tisterio de los Arrianos, en Rávena).
   Un detalle enigmático a primera vista, que se explica por la usual comparación con el Paso del mar Rojo, prefiguración del Bautismo, y por una alusión a los Salmos que era el Libro más popular del Antiguo Testamento. El Jordán personificado casi siem­pre está representado de espaldas y parece darse a la fuga, como el mar Rojo que se retira (Púlpito de Maximiano). El arte se ha limitado a la traducción del Salmo 114: 3, donde se dice el Jordán se echó para atrás (Jordanus conversus est retror­sum).


   En numerosos Salterios bizantinos, elSalterio Jludov, por ejemplo, se ve derrumbado sobre la orilla del río un enorme dragón acuático cortado en dos y sangrante. Para comprender el sentido es necesario referirse al Salmo 74: 13 - 14 donde se invoca a Dios con estas palabras: «Con tu poder dividiste el mar / y rompiste en las aguas las cabezas de los monstruos. / Tú aplastaste la cabeza del Leviatán (...)». En lenguaje teológico ello significa que de la misma manera que el faraón pereció persiguiendo a los hebreos en el mar Rojo que se abrió para dejar pasar a Moisés, el poder del demonio ha sido partido por el bautismo.
   Esta tradición se perpetuó durante largo tiempo en el arte bizantino. En el convento de Xenofontou, en el monte Athos, Cristo apoya el pie sobre una piedra de la que asoman cuatro cabezas de serpiente.
   Otro detalle no menos curioso es una cruz en el lecho del río. Según Strzygowski, se trataría de un presagio de la Crucifixión. En realidad se trata de un recuerdo de peregrinación. Para señalar a los peregrinos el sitio donde había tenido lugar el Bautismo de Cristo, se había levantado en el Jordán una cruz en lo alto de una columna plantada sobre un basamento de tres escalones. Esta columna en torno a la cual nadan los peces, aparece reproducida con mucha frecuencia en las representaciones antiguas del Bautismo.
   Detrás de san Juan Bautista a veces se ve el hacha hundida en el tronco de un árbol de la cual habla el Precursor cuando se dirige a los fariseos (Mosaico del baptisterio de San Marcos de Venecia). Es la ilustración de un pasaje de Mateo (3: 10): «Ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego.»
   Estos detalles de origen helénico o sirio, que sirven para localizar la escena, desaparecieron a partir del siglo XII.
B) El bautismo por infusión (per infusionem)
   Es en esa época (siglo XII), cuando la infusión o aspersión (Begiessung), que debió introducirse mucho antes para administrar el bautismo a los enfermos y a los niños, comenzó a reemplazar en la liturgia al triple baño purificador. La representación del Bautismo de Cristo resultó, en consecuencia, radicalmente transforma­da.
   El ejemplo más antiguo del Bautismo por infusión es el retablo esmaltado de Nicola de Verdun (1181), pero allí todavía aparece combinado con la inmersión. Fue en el siglo XIV, con Taddeo Gaddi y Andrea Pisano cuando la nueva fórmula triun­fó definitivamente.


   En vez de estar inmerso en el Jordán hasta los hombros, Jesús se sumerge en el agua sólo hasta las rodillas e incluso hasta los tobillos. Desde entonces ya no puede ser representado completamente desnudo. Como en la Crucifixión, por decencia, lleva un ceñidor, un trozo de tela ajustado alrededor de la cintura. El ce­ñidor que reemplaza la campana acuática, sirve, como ésta, para ocultar el sexo. De pie en medio del río casi seco, une las manos mientras san Juan vierte el agua lustral sobre su frente. En ciertos casos muy infrecuentes (capitel del claustro de Eschau, en Alsacia), es la paloma del Espíritu Santo la que deja caer sobre el Mesías el contenido de una ampolla que lleva en el pico.
   Como lo ha señalado Strzygowski, generalmente la infusión se realiza con una copa o una concha en el arte italiano, con un cántaro en el arte alemán, mientras que en la escuela de los Países Bajos (Van der Weyden, Memling, G. David) san Juan Bautista deja caer algunas gotas de agua desde la concavidad de su mano sobre la cabeza de Cristo.
C) La iconografía bautismal del Renacimiento y de la Contrarreforma
   No es conveniente detenerse en la concepción que tenían los italianos del Renacimiento acerca del Bautismo de Cristo, porque nada tiene que ver con el arte religioso.
   De la misma manera que las Bodas de Caná para Veronés son apenas un pretexto para desplegar el lujo de un banquete, el Bautismo es sólo una escena de baño, o más bien de los preparativos de un baño con bellos cuerpos desnudos de efebos que retozan y se lavan al aire libre. Alrededor de Cristo los catecúmenos se desnudan, visten, descalzan o ponen la camisa. El sacramento deja lugar a un baño en el Tiber o el Arnot.
   Después del concilio de Trento se retornó a una concepción menos pagana del Bautismo, aunque sin retomar la fórmula medieval. En vez de estar de pie en el Jordán, Cristo se inclina o hasta se arrodilla con respeto ante san Juan Bautista. Incluso a veces Cristo y san Juan, rivalizando en humildad, se arrodillan uno frente al otro.
   Este nuevo orden se limita a traducir fielmente la doctrina de los teólogos místicos que profesan que Cristo, por humildad, quería rebajarse frente al Precursor, como si tuviera necesidad de ser purificado. Émile Mâle cita paralelamente los textos en que pudieron inspirarse los artistas del siglo XVII. «¡Oh Verbo encarnado -es­cribió la santa florentina María Magdalena de Pazzi- tú has querido inclinarte y humillarte frente a san Juan, como si tuvieras necesidad de ser purificado.» El español Álvarez de Paz le hace coro en sus Meditaciones: «Tu Bautismo fue la obra de tu admirable humildad. Ibas al Bautismo, oh maestro de la Pureza, como si tuvieses pecados que expiar.» A decir verdad, existe un precedente, se encuentra un ejemplo -aislado, ciertamente- del siglo XIV, en una composición del pintor de inspiración giottesca, Taddeo Gaddi (Academia de Florencia), que representa a Cristo arrodi­llado en el lecho del Jordán.


   No obstante no debe creerse que esta innovación haya sido acogida con general conformidad. En el arte religioso de los siglos XVII y XVIII con frecuencia vemos al Cristo Rey servido por ángeles que lo visten. Poussin en un cuadro de la Galería Czernin de Viena y Jean Restout (1745) en el Museo Dijon muestran a san Juan Bautista que se arrodilla frente a Cristo y a Dios Padre que aparece en una nube por encima de éste.
   Así, la iconografía posttridentina del Bautismo a veces subraya la humildad, y en ocasiones la majestad del Salvador.
   En suma, en la evolución que hemos esbozado, pueden distinguirse a grandes rasgos, tres tipos principales.
1. Cristo desnudo está inmerso en el Jordán que forma alrededor de su cuerpo una campana acuática. San Juan Bautista le impone la mano sobre la cabeza.
2. Cristo con ceñidor está de pie en el lecho del río cuya agua apenas le llega a los tobillos. San Juan le vierte el agua lustral sobre la cabeza.
3. Cristo vestido con una túnica se arrodilla en la ribera frente a san Juan Bautista, o éste se arrodilla frente a aquél.
b) La teofanía
   El rito lustral no es todo. Según el relato de los Evangelios, por encima del divino catecúmeno, el Espíritu Santo desciende desde lo alto del cielo al tiempo que resuena la voz de Dios Padre proclamando por primera vez el carácter mesiánico de Cristo.
   Marcos, que nos ofrece la versión primitiva de los Evangelios, dice simplemente que el Espíritu descendió «como una paloma», lo que significa, sin duda, que su vuelo se asemejaba al de una paloma. Lucas infirió de ello que el Espíritu Santo des­cendió «en forma corporal, como una paloma», lo cual es muy diferente. No es necesario decir que esta segunda versión, que materializaba de una manera concreta y plástica la aparición del Espíritu Santo, ha sido adoptada de inmediato por todos los artistas, encantados de poder representar de ese modo un Ser divino tan incorpóreo como los ángeles. El arte contribuyó a la fortuna de una concepción que en su origen reposa en un despropósito.
   A veces la paloma lleva una rama de olivo en el pico, a consecuencia de la asimilación de Cristo bautizado en el Jordan al patriarca Noé en el arca.
   Así, el Bautismo está concebido no sólo como una purificación, sino también como una iluminación (photismos). De acuerdo con una muy antigua tradición que se encuentra en el siglo II en Justino, y en el siglo IV en Efrén el Sirio, en el momento del Bautismo de Cristo del agua del Jordán brotó una luz. El poeta latino Prudencia agrega que el dios del Jordán resultó deslumbrado y retrocedió de espanto. Otro poeta cristiano, Juvencus, dice que una luz penetrando el agua transparente del río reveló la presencia de Dios.
    Podemos encontrar las huellas de esta leyenda en un fresco de Capadocia del siglo IX, donde la luz que brota del agua está ingenuamente representada por una antorcha que emerge del río cerca de Jesús.
   Al mismo tiempo otra luz, todavía más deslumbrante, aparece en el cielo para iluminar a dos personas divinas: Dios Padre y la paloma del Espíritu Santo.
   La intervención de Dios Padre es evocada ya por la Mano de Dios, ya por su figura en busto que hace un gesto de bendición. Dios aparece de esa manera a partir del siglo XII, en las pilas bautismales de Lieja (1118).
   En el arte barroco del siglo XVII, san Juan Bautista eleva un rostro extasiado hacia el cielo donde resuena la voz del Padre Eterno.
Catálogo
   Cuando se elabora un catálogo se comprueba que gran número de Bautismos han sido encargados o ejecutados por donantes o artistas que llevaban el nombre del Precursor: por ejemplo, Jean Baptiste Colbert, Jean Baptiste Tuby, Jean Baptiste Lemoyne, Jean Baptiste Corot.
   Así como la Santa Cena decora los refectorios de los conventos, el Bautismo de Cristo es el tema que se reserva para la decoración de los baptisterios, de las capillas de las pilas bautismales y hasta de las propias pilas (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).

lunes, 2 de enero de 2023

Callejero de Burguillos: La calle El Greco

     Mostramos imágenes de la calle El Greco, en Burguillos.

   La calle (desde el punto de vista urbanístico, y como definición, aparece perfectamente delimitada en la población histórica y en los sectores urbanos donde predomina la edificación compacta o en manzana, y constituye el espacio libre, de tránsito, cuya linealidad queda marcada por las fachadas de las edificaciones colindantes entre si. En cambio, en los sectores de periferia donde predomina la edificación abierta, constituida por bloques exentos, la calle, como ámbito lineal de relación, se pierde, y el espacio jurídicamente público y el de carácter privado se confunden en términos físicos y planimétricos). 
     En las calles el sistema es numerar con los pares una acera y con los impares la opuesta. También hay una reglamentación establecida para el origen de esta numeración en cada vía, y es que se comienza a partir del extremo más próximo al centro geográfico de la localidad, o del Ayuntamiento, cuando este sistema se impuso. En la periferia unas veces se olvida esta norma y otras es difícil de establecer. Está dedicada a Doménicos Theotocopoulos "El Greco" (Heraklion - antes Candía, Creta, Grecia, 1541 – Toledo, 7 de abril de 1614). Pintor, escultor y arquitecto.
     Doménicos Theotocópoulos, llamado en vida en España Dominico Greco, o simplemente el Griego, nació en Candía, la actual Heraklion, en la isla de Creta, en 1541. Se sabe muy poco de su familia. De su padre, sólo que se llamaba Georgios, que probablemente fue comerciante y marino y que en 1566 había ya fallecido (aunque puede ser que muriera bastante antes). Los indicios acumulados hasta ahora parecen apuntar hacia el hecho de que la familia —la única de ese apellido que se ha encontrado hasta ahora en Creta— procedía de la Canea (la actual Hania), en el extremo noroccidental de la isla, y que era de religión ortodoxa. El miembro de la familia del que existe más información es Manussos Theotocopoulos, el hermano mayor del artista. Nacido en 1529 o 1530, y por tanto diez años mayor que Doménicos, fue un hombre de sólida posición económica.
     Entre 1566 y 1583 ejerció en Candía como recaudador de impuestos por cuenta de la República de Venecia, y entre 1569 y 1577 aparece citado en varias ocasiones como presidente de la Cofradía de Navegantes de la ciudad. En 1571 obtuvo del dux de Venecia una patente de corso para ejercer la piratería contra los turcos. La equivocación que cometió al atacar un barco italiano le llevó a la cárcel y estuvo en el origen de la pérdida de su fortuna personal. Consiguió trasladarse a Venecia, donde obtuvo un plazo de doce años para saldar sus deudas, pero, finalmente, hacia 1591 se fue a vivir con su hermano a Toledo y murió allí en 1604.

     En cuanto a lo que se sabe de la vida y actividades del propio pintor en Creta, se reduce a unos pocos documentos descubiertos en las últimas décadas. Gracias a ellos se conoce que en 1563 era ya “maestro pintor” y que estaba seguramente casado, que en 1566 sostuvo un pleito, por causas desconocidas, con Luca Miani, un noble veneciano residente en la isla, y que el 26 de diciembre de 1566 el gobierno veneciano de la isla acordó atender su petición de vender por el sistema de lotería “un quadro della Passione del nostro Signor Giesu Christo, dorato”. Finalmente, otros dos documentos sitúan ya al pintor fuera de la isla: uno de ellos es una orden, fechada el 18 de agosto de 1568, por la que las autoridades venecianas de Creta obligaban a Manolis Dacypris a restituir a Zorzis Síderis unos dibujos que el “maistro Menegin Thetocopulo” le había dado en Venecia para que se los entregara; el otro, fechado el 12 de julio de 1567, consiste en una intimación a Manussos Theotocopoulos y otros personajes para que dejasen de molestar al presidente de la Cofradía de Pintores de la ciudad de Candía. Al tiempo se ordenaba a Manussos que devolviera todas las cosas que tenía de la Cofradía, previsiblemente tomadas en realidad por Doménicos (lo que llevaría a concluir que éste estaba ya fuera de la isla). A partir de estos datos puede asegurarse que el Greco se formó como pintor en Creta, que su actividad allí se desarrolló dentro de la manera tradicional, posbizantina, y que sus trabajos alcanzaron una gran estimación.
     No se conoce el asunto exacto del cuadro de la Pasión que puso en venta, pero el hecho de que fuese “dorato” —es decir, con el fondo de pan de oro— permite asegurar que se trataba de un icono posbizantino; por otro lado, el elevado precio que se fijó —70 ducados— delata que el pintor gozaba de una fuerte estima profesional. Finalmente, los documntos conocidos permiten fijar el momento en el que el Greco abandonó definitivamente Creta para establecerse en Venecia: con toda seguridad, entre diciembre de 1566 y agosto de 1568 y, muy probablemente, y según se deduce del contencioso de Manussos con la Cofradía de Pintores de Candía, en los primeros meses de 1567. Por lo demás, y dado que no ha aparecido ninguna otra mención a su mujer, cabe pensar que ésta murió antes de 1567 o que fue abandonada por el pintor al trasladarse a Venecia (aunque tampoco cabe excluir que la llevara consigo a esta ciudad y muriese allí).

     Se ignora el tipo de formación intelectual que recibió Doménicos en la isla y tampoco se dispone de datos sobre el taller en el que recibió su primera formación pictórica. La característica más llamativa y definitoria de la pintura cretense de los siglos XV y XVI es la coexistencia de una doble dirección estilística, propiciada por la diversidad cultural, religiosa y étnica de la sociedad de la isla, en la que convivían venecianos con griegos y católicos con ortodoxos: una manera “alla greca”, fiel a los modos bizantinos heredados de la época de los Paleólogos, y otra “alla latina”, ecléctica, en la que se mezclaban elementos de raigambre bizantina con otros occidentales (estos últimos, sobre todo, de índole compositiva e iconográfica).
     Por otro lado, está documentada la existencia de pintores que trabajaban, según los casos, y en función generalmente del cliente, en una u otra manera, practicando una especie de bilingüismo.
     Seguramente el Greco se formó con uno de estos artistas. Bettini, que apuntó primero hacia Mijail Damaskinos, propuso después a Georgios Klontzas.
     Sin embargo, es difícil que Damaskinos o Klontzas pudieran ser los maestros del pintor, ya que, aunque la fecha exacta de su nacimiento es desconocida, ambos parecen haber sido casi estrictos coetáneos suyos (cuatro o cinco años más viejos en el mejor de los casos). Por ello, lo más probable es que la coincidencia de direcciones, e incluso, a veces, de factura y de fórmulas estilísticas, que se observan entre los tres pintores se deban a la formación de todos ellos en un mismo círculo y no a una relación de discipulazgo.
     Otros nombres que se ha sugerido son los de Marco Astrà (quien aparece relacionado con Manussos Theotocopoulos, pero que no parece haber sido un pintor avanzado) y Ioannis Gripiotis (un pintor que era ya citado como “maestro” en 1526 y que parece haber trabajado casi exclusivamente para círculos provenecianos y católicos con una dirección estilística avanzada pero del que, desgraciadamente, no se conoce ni una sola obra segura). En consecuencia, por ahora lo único que se puede afirmar del aprendizaje del Greco son tres cosas: a) que debió formarse en uno de los talleres más avanzados de la isla (algo que se deduce de sus propias obras tempranas); b) que sería adiestrado en las dos maneras usadas en la isla, la “griega” y la “latina”; y c) que, con bastante probabilidad, ese taller fue el mismo en el que se formó Klontzas, o, al menos, pertenecía al mismo círculo (algo que se deduce de las conexiones cada vez más estrechas que se van estableciendo entre las obras de ambos pintores). Por lo demás, actualmente sólo se conocen tres obras realizadas con seguridad por el Greco durante su período cretense: San Lucas pintando el icono de la Virgen del Museo Benaki, La dormición de la Virgen de la iglesia de la Dormición de la Virgen en Ermoupolis (Syros), y La adoración de los Reyes del Museo Benaki. Las tres apuntan hacia el hecho de que, por temperamento y quizá por formación, debió sentirse desde el principio incómodo dentro de los esquemas y los métodos de trabajo heredados de los bizantinos y que, en consecuencia, tendió a modificarlos. Las dos primeras están basadas en los viejos esquemas bizantinos.

     Sin embargo, en ambas se encuentra la introducción de elementos de origen occidental.
     La fecha del traslado del Greco a Venecia es aún desconocida, aunque con toda probabilidad se situaría en los primeros meses de 1567. Tampoco se sabe cómo realizó el viaje ni cuáles eran los apoyos con que contaba en la ciudad. De hecho, no hay ningún dato seguro de su estancia allí (salvo, obviamente, que su presencia está documentada en agosto de 1568). Una serie de testimonios contemporáneos sugieren que estuvo en el taller de Tiziano. Sin embargo, ninguno de esos testimonios es concluyente. Por un lado, no se ha encontrado prueba documental alguna de la estancia del Greco en el taller de Tiziano; por otro, y como ha aducido Marías, es muy significativo que el Greco nunca se refiriera, en sus anotaciones posteriores a las Vite de Vasari, a obras de Tiziano que pudiera haber visto en el taller de éste (sólo a pinturas que estaban expuestas en lugares públicos); y, finalmente, no cabe olvidar que, pese a todo, la huella de Tiziano no es, en modo alguno, preponderante en las obras italianas del Greco. En ellas se aprecian, ciertamente, elementos de neta estirpe tizianesca, pero también —y a veces, de modo más claro— otros que proceden de Tintoretto, de Bassano e incluso de Veronés. No ha de extrañar, por tanto, que muchos críticos hayan puesto en cuestión el aprendizaje del Greco junto Tiziano. La reiteración de testimonios antiguos debería dejar poco lugar a las dudas sobre la conexión entre ambos. Sin embargo, aunque a falta de otras evidencias, no parece razonable negar su paso por el taller de Tiziano, resulta difícil imaginar que Doménicos, ya “maestro pintor” desde los tiempos de Creta y contando veintiséis años, se sometiese de nuevo en Venecia a un proceso normal de aprendizaje. Tal vez el Greco obtuvo del Tiziano la promesa de consejos ocasionales y el permiso para asistir al taller o para copiar alguna obra. Pero es difícil creer en una relación prolongada y firme entre ambos.
     Por lo demás, se está aún lejos de conocer con la suficiente profundidad y extensión la producción veneciana del Greco —y por tanto, de establecer una seriación correcta de las obras que realizó allí—, pero es muy posible que en el futuro se deban reconsiderar algunas de las ideas sobre esa etapa y contemplar, al menos, un período inicial en el que habría trabajado por libre y sin contacto con ningún gran taller. De hecho, en la mayor parte de las obras adscribibles a este período (desde el Tríptico de Modena al Entierro de Cristo de la Pinacoteca Nacional de Atenas, pasando por La Última Cena de la Pinacoteca de Bolonia o la Adoración de los pastores del Museo Willumsen) lo que se observa es la continuación de los procedimientos ya observados en las obras cretenses. Es decir: la utilización de motivos tomados de grabados ajenos para la construcción de escenas propias. Por otro lado, el Greco no llegó a inscribirse nunca en la Cofradía veneciana de Pintores, y esto habla de una posición dependiente o, más probablemente, marginal.

     En el verano u otoño de 1570, el Greco abandonó Venecia para dirigirse a Roma. Su presencia en esta ciudad a comienzos de noviembre de ese año está atestiguada por una carta de Giulio Clovio (un miniaturista croata, admirador de Miguel Ángel) al cardenal Alessandro Farnese, en la que tras anunciarle que “ha llegado a Roma un joven candiota, discípulo del Tiziano, que a mi juicio figura entre los excelentes en pintura”, le pedía que le diese alojamiento temporal en su palacio. La recomendación fue oída y el Greco vivió en el Palazzo Farnese trabajando al servicio del cardenal al menos hasta comienzos de julio de 1572, fecha en la que fue expulsado, según muestra una carta que dirigió al cardenal quejándose de haber sido puesto en la calle por el mayordomo Lodovico Tedeschi y en la que afirmaba que las acusaciones que se le habían hecho (y cuya naturaleza se ignora) eran falsas.
     Dado que no se ha podido demostrar que el Greco participara en la decoración de la Villa Farnese en Caprarola ni en ninguna de las obras patrocinadas por el cardenal Farnese en Roma, y que en la colección de éste sólo se registraron dos pinturas suyas —La curación del ciego, hoy en la Galleria Nazionale de Parma, y El Soplón del Museo de Capodimonte en Nápoles— se ignora qué trabajos le fueron confiados mientras permaneció a su servicio. Lo que sí parece seguro es que la estancia en el Palazzo Farnese fue más provechosa para el Greco por lo que supuso en su proceso de formación que por las posibilidades de promoción personal que se le ofrecieron. Aunque los Farnese no llegaran a encargarle ninguna obra importante, se puede suponer que, al menos en principio, el pintor vería colmadas sus expectativas gracias a las posibilidades que le ofrecía el acceso a las colecciones de los Farnesio, Clovio y Fulvio Orsini (el bibliotecario del cardenal, que, al morir, poseía hasta veintiocho obras atribuidas a Miguel Ángel y dieciséis a Rafael) y, sobre todo, la pertenencia al selecto núcleo de eruditos, literatos y artistas que se reunían alrededor de Orsini, un círculo que posibilitaría el desarrollo de sus intereses intelectuales (muy amplios, como demuestra la conformación de su biblioteca en España). Por otra parte, es evidente que sus convicciones estéticas acabaron de conformarse en Roma, en donde asumiría algunos de los postulados del manierismo centroitaliano y se fortalecerían las resonancias neoplatónicas que impregnaron su pensamiento.

     Tras su expulsión del Palazzo Farnese, la única noticia segura de la estancia del Greco en Roma es la de su ingreso en la Academia de San Lucas el 8 de septiembre de 1572, un paso obligado al perder la tutela del cardenal, ya que la pertenencia a la Academia era imprescindible para abrir un taller propio y ejercer libremente como pintor en Roma. Después ya no hay noticia documental alguna sobre él hasta que en julio de 1577 aparece en Toledo, lo que deja abierto un amplio margen para la especulación.
     Afortunadamente, ha llegado hasta hoy otro testimonio —aunque ya muy posterior y de carácter literario, no documental— sobre la estancia del Greco en Roma: la corta biografía que incluyó el médico romano Giulio Mancini en sus Considerazioni sulla Pittura, escritas hacia 1614-1620, que confirma algunos datos ya conocidos (como la fecha aproximada de la estancia en Roma o el aprendizaje en Venecia con Tiziano), añadiendo otros que en su mayor parte resultan sorprendentes. Y es que el Greco que presenta Mancini no es el modesto protegido de Clovio que se ha acostumbrado a considerar, sino un pintor asentado, que “había llegado a un gran dominio en su profesión”, “dio grandes satisfacciones en algunos encargos particulares” y sería digno de figurar “entre los mejores de su siglo”. Además, según Mancini, el Greco contaba ya en Roma con un ayudante llamado Lattanzio Bonastri. El elemento más sensacional de la biografía de Mancini es, sin embargo, el que se refiere al desprecio que habría hecho el Greco del Juicio Final de Miguel Ángel, del que habría dicho “que si se echase por tierra toda la obra, él podía hacerla con honestidad y decencia y no inferior a ésta en buena ejecución pictórica”, lo que, según Mancini, habría provocado la indignación de “todos los pintores y los amantes de la pintura” creando una situación que le obligó a “marchar a España”.
     Desgraciadamente, el relato de Mancini contiene muy pocas precisiones cronológicas y no permite fijar con certeza la fecha en que el Greco abandonó Roma, pero es seguro que hacia 1576 el pintor tendría bastantes razones para intentar la aventura española. Y la primera, seguramente, la de su propia situación personal en Roma (la de un pintor ya maduro y orgulloso de su propio valer, apreciado por una clientela culta de “particulares”, pero incapaz de abrirse paso en la Curia y de acceder a los encargos papales) que distaría de ser satisfactoria para él. Cabe imaginar, pues, que España, en la que se avecinaba el inicio de las obras de decoración pictórica de El Escorial, se le apareciera como una tierra de promisión, quizá aquélla en la que también él alcanzaría “el favor de los príncipes” (una condición que, según se sabe por sus anotaciones al Vitruvio de Barbaro, él creía imprescindible para la realización plena de un artista). Y asimismo que, informado de las intenciones de Felipe II, viniese por su cuenta, fiado en el aval que suponía su discipulazgo con Tiziano y en la ayuda que pudieran prestarle los españoles que había conocido en Roma en el interior del círculo de Orsini: Benito Arias Montano, el bibliotecario de El Escorial (que estuvo en Roma en el verano de 1575), el erudito toledano Pedro Chacón (que había llegado en 1571), y, sobre todo, Luis de Castilla, quien estuvo allí entre 1571 y 1575, antes de ser nombrado arcediano de la Catedral de Cuenca, y que, como hijo de Diego de Castilla, deán de la Catedral de Toledo, fue seguramente quien le proporcionó las primeras relaciones importantes en esta ciudad.
     La presencia del Greco en España aparece documentada por primera vez al recibir, en Toledo, 400 reales a cuenta de El Expolio el 2 de julio de 1577.

     Sin embargo, su llegada a la ciudad debió producirse unos meses antes, hacia la primavera, y quizá atraído por las promesas de Luis de Castilla de conseguirle el encargo de los retablos de Santo Domingo el Antiguo, ya que el padre de éste, el deán Diego de Castilla, estaba encargado de la construcción y decoración de la iglesia como ejecutor testamentario de María de Silva. También sería Diego de Castilla quien, apenas llegado el artista a Toledo, le consiguiera el contrato de El Expolio, abriéndole así las puertas de la Catedral.
     Sin embargo, no parece que el Greco viniera en principio desde Italia a trabajar en Toledo. En un documento firmado el 9 de agosto reconocía haber recibido de don Diego 51.000 maravedís “quando volví a Madrid”, y esto, unido a las cautelas introducidas en varios documentos obligándole a hacer las pinturas en Toledo sin poder sacarlas de allí, demuestra que su primer destino fue la Corte y no la Ciudad Imperial. Lo más probable es que llegase atraído por el señuelo de El Escorial. Y como no se ha podido encontrar la más mínima traza de que fuese llamado o de que se le encargase obra alguna para el Monasterio en 1576-1577, habrá que deducir que vino por cuenta propia y fiado quizá únicamente en el poder de algunas cartas de recomendación. Se puede suponer también que, al no recibir la respuesta que esperaba de Felipe II ni encontrar valedor de calidad en la Corte, el pintor echaría mano de la otra baza que tenía: su amistad con Luis de Castilla, en quien fiaría para que le proporcionara un encargo importante y, con él, el prestigio que necesitaba para que las puertas de la Corte se le abrieran de una vez.
     El primer documento conocido en relación con los retablos de Santo Domingo el Antiguo, una “Memoria” redactada por Luis de Castilla en la primavera de 1577, muestra que en principio el Greco iba a encargarse únicamente de la ejecución de las pinturas y de entregar diseños para las cinco estatuas del retablo mayor y la custodia que se colocaría en él. Las trazas de los retablos habían sido confiadas con anterioridad a su llegada a Hernando de Ávila (la del mayor) y a Juan de Herrera (la de los laterales). Sin embargo, en el momento de firmar el contrato definitivo estas trazas fueron desechadas y sustituidas por otras del cretense, confiándose la ejecución material de los retablos a Juan Bautista Monegro. En la cédula de concierto firmada por Diego de Castilla el 8 de agosto, éste se comprometió a pagar al artista 1500 ducados.
     Sin embargo, ese mismo día, y respondiendo sin duda a un pacto previo, el Greco firmó una cédula por la que rebajaba voluntariamente 500 ducados, afirmando que se contentaba con 1000 por “hacerle servicio y gratificación” al deán. Por lo demás, el programa iconográfico de los retablos, trazado sin duda por don Diego, y que incluía sendas representaciones de La adoración de los pastores y La Resurrección en los altares laterales y otras de La Asunción de la Virgen y La Trinidad en la calle principal del mayor, estaría determinado por la dedicación del presbiterio a capilla funeraria.

     Es seguro que las pinturas de Santo Domingo el Antiguo estaban ya montadas en sus retablos en septiembre de 1579, y al parecer, y por una vez, el Greco no tuvo el menor problema con su cliente. En cambio, El Expolio, la otra gran obra de los primeros años en Toledo, le supuso su primer disgusto serio en España, ya que, cuando llegó la hora de tasar el cuadro, en julio de 1579, los precios propuestos por los representantes de la Catedral y los del Greco fueron tan dispares (227 y 900 ducados, respectivamente) y la tasación definitiva de Alejo Montoya, que actuó como árbitro (317 ducados), tan perjudicial para el artista, que éste se negó a entregar el cuadro y sólo lo hizo cuando las amenazas de cárcel contra él se tornaron demasiado fuertes y doblegaron su resistencia.
     Por otra parte, los tasadores de la Catedral le exigieron que quitara del cuadro “algunas impropiedades [...] como tres o cuatro cabeças que están encima de la del Cristo y dos celadas y asimismo las Marías y Nuestra Señora que están contra el Evangelio porque no se hallaron en el dicho paso”. Al final, el cuadro permaneció como había sido concebido, pero como consecuencia de este conflicto con el Cabildo el Greco ya no recibiría en el futuro ningún otro encargo pictórico para la Catedral.
     Absorbido por los grandes encargos que le habían traído a Toledo y aún no plenamente asentado en la ciudad, el Greco no realizaría muchas más obras entre 1577 y 1580. Sin embargo, deben recordarse de estos años varios lienzos, como el monumental San Sebastián que se conserva en la sacristía de la Catedral de Palencia, La Verónica con la Santa Faz, que perteneció a María Luisa Caturla, la Magdalena penitente del Museo de Arte de Worcester y La aparición de la Virgen con el Niño a san Lorenzo del Colegio del Cardenal de Monforte de Lemos. También cabe registrar algunos retratos como el de Pompeo Leoni, el controvertido de La dama del armiño y, sobre todo, sus primeras efigies de caballeros, entre los que es imprescindible citar El caballero de la mano en el pecho (Madrid, Museo del Prado).
     Poco después de que el Greco terminara El Expolio y los cuadros de Santo Domingo, Felipe II le encomendó la realización de un lienzo con El martirio de san Mauricio y la legión tebana para uno de los retablos laterales de la Basílica del Monasterio de El Escorial.
     La fecha y las circunstancias en que se produjo el encargo no son conocidas, aunque quizá estuvieran relacionadas con la visita del Monarca a Toledo para pasar las fiestas del Corpus de 1579. En cualquier caso, de una forma u otra (no se sabe quién recomendó el pintor al Rey ni si llegó a existir un encuentro entre ambos), entre mediados de 1579 y comienzos de 1580, el Greco alcanzó la oportunidad que había estado esperando desde que llegó a España.
     Entregaría personalmente su lienzo en el Monasterio de El Escorial el 16 de noviembre de 1582, pero, desgraciadamente para él, la pintura no le gustaría a Felipe II, quien tras pagarle los 800 ducados en que fue tasada por Romulo Cincinnato, decidió que no se colgara en la iglesia, relegándola a la sacristía alta, y encargó al propio Cincinnato otra con la misma historia.
     Tras el fracaso del San Mauricio, el Greco, pintor “excelente” y “de mucho arte”, pero capaz de contentar sólo “a pocos”, según escribió en 1605 el padre Sigüenza, no volvería recibir ningún encargo de Felipe II. Las puertas de la Corte se cerraron para él y ya sólo le quedaría Toledo, una ciudad en la que al principio pensaría sólo como lugar de paso, pero en la que ya había comenzado a echar raíces (y a este respecto no debe olvidarse que ya en 1578, y como fruto de sus relaciones con Jerónima de las Cuevas, había nacido su hijo Jorge Manuel) y en la que, al final, residiría durante los más de treinta años que le quedaban de vida. En 1585 alquiló unos amplios aposentos en las casas del marqués de Villena y ello parece probar que estaba ya decidido a quedarse allí. Afortunadamente para él, parece haber contado desde el principio con la protección de una serie de personajes cultos e influyentes (Luis de Castilla, Gregorio de Angulo, Antonio de Covarrubias, Alonso de Narbona, Domingo Pérez de Ribadeneyra, Francisco Pantoja de Ayala, Pedro Salazar de Mendoza, Pedro Laso de la Vega...) que le proporcionaron el ambiente refinado y la estimación social que necesitaba.
     Por lo demás, y como ya se ha apuntado, al privarle de las dos fuentes principales de encargos con que podía contar, el pleito del Expolio y el fracaso del San Mauricio, arruinaron en cierto modo la carrera española del Greco. Ya no gozaría del “favor de los príncipes”, y durante los quince años siguientes sólo recibió un encargo a la altura de sus facultades: El Entierro del conde de Orgaz, realizado entre 1586 y 1588 y que, como es sabido, escenifica una vieja tradición toledana.
     Durante todos esos años su producción estuvo compuesta por obras “menores”, cuadros de devoción y retratos para una clientela que hay que suponer cada vez más numerosa.
     La idea del Greco de fundar un taller que le permitiera hacerse cargo de la realización de retablos completos y de producir, a precios asequibles y en gran cantidad, cuadros de devoción respondería estrictamente a las leyes del mercado. Una vez cerradas las puertas de la Catedral, el pintor tuvo que enfrentarse al hecho de que en Toledo no había una clientela amplia capaz de pagar los elevados precios que él pedía por obras originales y ambiciosas y al de que la mayor parte de los encargos que se le hacían procedían de conventos, iglesias parroquiales o simples devotos que demandaban cuadros no excesivamente onerosos. Y sería en esa vertiente en la que la actividad del taller revelaría toda su utilidad. Él se reservaría la ejecución de las pinturas de los retablos y los grandes encargos, realizaría los retratos y crearía los modelos de los cuadros de devoción. Y los miembros del taller (primero Francisco Preboste, que quizá llegó con él desde Italia, y luego Jorge Manuel, Tristán y alguno más) se encargarían de realizar en serie copias de los cuadros de devoción —muchas veces firmadas por él mismo aunque no hubiera puesto su mano en ellas o se hubiera limitado a retocarlas— que estarían disponibles para su venta a precios asequibles y en gran cantidad. Fue así, por ejemplo, como salieron de su taller más de ciento treinta lienzos representando a san Francisco de los que sólo unos veinticinco se deberían total o parcialmente a su mano.
     En 1596 se abriría para el artista una época de prosperidad.
     En diciembre de ese año contrató el retablo mayor del Colegio de Doña María de Aragón en Madrid, en abril del siguiente el del Monasterio de Guadalupe y, finalmente, en noviembre de ese mismo 1597, otros tres para la Capilla de San José en Toledo.
     El más importante de esos encargos era el del retablo mayor de Guadalupe, que el artista contrató en 16.000 ducados (una cifra enorme) comprometiéndose a terminarlo en un plazo de ocho años. Sin embargo, por causas desconocidas, no llegó a realizarlo.
     De todos modos, entre 1597 y 1600 se ocuparía de los otros dos encargos. El del Colegio de Doña María de Aragón comprendía, al margen de la arquitectura del retablo y de varias esculturas, que han desaparecido, siete cuadros: la Anunciación, la Adoración de los pastores y el Bautismo de Cristo en el piso bajo, y la Crucifixión, la Resurrección y la Pentecostés en el ático.
     Un séptimo cuadro, hoy desaparecido y cuyo tema se ignora, ocuparía la espina del retablo o estaría situado en la calle central entre la Anunciación y la Crucifixión.
     En cuanto al encargo para la Capilla de San José de Toledo comprendía la labor de arquitectura y pintura del retablo mayor (con dos lienzos: San José con el Niño Jesús y la Coronación de la Virgen) y de otros dos retablos laterales (uno con San Martín y el pobre y el otro con la Virgen y el Niño con santa Martina y santa Inés).
      El Greco entregó las obras para la Capilla de San José antes de que finalizara 1599 y las del Colegio de doña María de Aragón en julio de 1600. Después, ya a comienzos de siglo, realizaría, en 1603, un pequeño retablo para el Colegio de San Bernardino con la imagen del santo titular, y, entre 1603 y 1605, el notable conjunto del Hospital de la Caridad de Illescas, que comprendía la arquitectura y esculturas del gran retablo que debía albergar a la imagen titular, las de otros dos retablos laterales en los que al principio se pensó situar pinturas pero que finalmente fueron ocupadas por sendas estatuas de Isaías y Simeón, y cuatro pinturas: la Virgen de la Caridad, la Coronación de la Virgen, la Encarnación y la Natividad. Este último encargo daría lugar a un litigio, que se prolongó desde mediados de 1605 hasta marzo de 1607, en el que las autoridades del Hospital hicieron gala desde el principio de una mala fe evidente, y en el que, al final, y tras varias tasaciones, el pintor tuvo que darse por derrotado, viéndose forzado a llegar a un acuerdo económico a todas luces perjudicial para él. Al margen, el Greco dio comienzo en esta época a su larga serie de Apostolados (entre los que hay que citar, en esta época el de la Catedral de Toledo, y, ya en sus años finales, el del Museo del Greco), creó algunos de sus cuadros más singulares, como la Vista de Toledo y el Retrato del cardenal Niño de Guevara, y, obviamente, continuó con la producción de cuadros de devoción.
     Durante estos años, pues, el taller estuvo en plena actividad. Desde 1597 al menos, Jorge Manuel Theotocopuli aparece ya asociado a los trabajos de su padre, y, junto a Francisco Preboste (que actuaba frecuentemente como representante y socio del cretense, encargándose de sus negocios), colaboraban además en el taller Luis Tristán (entre 1603 y 1607), Pedro López y quizá Pedro Orrente y algún otro ayudante.
     También la vida familiar del pintor aparece en estos años en un momento de plenitud. Desde comienzos de la década de 1590 vivía junto a él su hermano Manussos, que no moriría hasta finales de 1604. Y en 1603 Jorge Manuel contrajo matrimonio con Alfonsa de los Morales. El nacimiento al año siguiente de Gabriel de los Morales —el único nieto que conocería el pintor— llenaría de alegría el hogar.
      La prosperidad del taller y la ampliación de la familia, explican, por lo demás, el cambio de residencia que se produjo en 1604. Entre 1585 y 1589 el pintor había vivido en las casas del marqués de Villena.
     Después —y quizá como un síntoma de dificultades económicas— las había abandonado, yéndose a vivir a una casa propiedad de Luis Pantoja Portocarrero.
     Ahora, en 1604, volvió a las casas principales del marqués de Villena, y ya, aunque con dificultades cada vez mayores para pagar el alquiler, no las abandonaría jamás.
     1607 marcó otro punto de inflexión en la vida del Greco. En ese año el pintor acabó por plegarse en el largo litigio que le había enfrentado con los administradores del Hospital de la Caridad de Illescas, Tristán abandonó el taller y Preboste salió inopinadamente de su vida. A partir de ese momento, Jorge Manuel asumiría un papel cada vez más relevante en las labores del taller, apareciendo a menudo más como socio que como colaborador de su padre. Por lo demás, en estos años finales el Greco recibiría aún dos grandes encargos: la decoración de la Capilla Oballe en la iglesia de San Vicente y el retablo mayor y los colaterales para la iglesia del Hospital de Afuera.
     La realización del retablo y la decoración de la Capilla fundada por Isabel de Oballe en la iglesia de San Vicente le fue confiada por el Ayuntamiento de Toledo a finales de 1607. A partir de los datos conocidos puede deducirse que el retablo y su lienzo de la Inmaculada Concepción estaban ya terminados, y puestos en su lugar, a finales de 1613. En cambio, no parece que La Visitación concebida para el techo, y que hoy se conserva en Washington, en la Dumbarton Oaks Reseach Library and Collection, estuviese nunca allí. Al parecer fue sustituida, antes de su colocación, por una lámpara de plata que la fundadora había dispuesto que se pusiera en la capilla diciendo “que en ella arda aceite para siempre jamás”.
     En cuanto a las figuras de cuerpo entero de San Pedro y San Ildefonso que debían adornar las paredes laterales, a ambos lados del retablo, se quedaron en el taller hasta la muerte de Jorge Manuel, quien, debido seguramente a las desavenencias que se produjeron en 1615 al realizarse la tasación de la obra, entregó en su lugar dos copias hechas en el taller y que hoy se conservan en el Museo de Santa Cruz.
     El último gran conjunto acometido por el Greco fue el de los retablos mayor y laterales de la capilla del Hospital de San Juan Bautista de Toledo, también llamado de Tavera por su fundador. En el contrato, suscrito el 16 de noviembre de 1608 con Pedro Salazar de Mendoza, administrador del Hospital, no se habla nada de pinturas. El Greco se obligaba únicamente a hacer “El retablo mayor y colaterales del dicho hospital en quanto a fabrica ensamblaje escultura dorado y estofado”, comprometiéndose a tenerlos entregados en el plazo de cinco años. Los cuadros que Salazar y el Greco habían previsto y en los que el artista había comenzado a trabajar sin llegar a concluirlos antes de morir son sólo conocidos a través de referencias indirectas.
     No obstante, el programa original puede deducirse de los encargos que hizo posteriormente el Hospital a Gabriel de Ulloa y Félix Castello: el Bautismo de Cristo centraría el altar mayor, y en los laterales irían La Encarnación y una Visión del Apocalipsis (los dos lienzos grandes), sobremontados por otros dos cuadros más pequeños con La degollación de san Juan y La predicación de san Juan en el desierto. El Greco no llegaría a entregar ni los retablos ni los cuadros, y, tras su muerte, la obra dio lugar a un largo litigio que arruinaría los últimos años de su hijo Jorge Manuel.
      Por lo demás, todo hace suponer que a partir de 1608 aproximadamente, la edad y los achaques le impidieron ya al artista mantener su anterior capacidad de trabajo. Sus facultades parecen haberse mantenido intactas hasta el final: los retratos de esos años y cuadros como la Inmaculada Concepción de la Capilla Oballe, el Laocoonte, la Vista y Plano de Toledo, la Adoración de los pastores que pintó para su propia tumba o retratos como el de Un canonista (Fort Worth, Texas, Kimbell Art Museum), o el de Fray Hortensio Félix Paravicino (Boston, Museum of Fine Arts) son claros testimonios de una gloriosa vejez.
      Sin embargo, el gran número de obras dejadas sin terminar y la cada vez más patente intervención de Jorge Manuel en lienzos en los que en cierto modo se jugaba su prestigio, demuestran que era ya incapaz de un trabajo continuado. En cualquier caso, conservó hasta el final el orgullo de su propio valer y todo su poder de convicción. En 1611 recibió en su taller la visita de Francisco Pacheco, otro artista famoso con ínfulas de intelectual y con unos puntos de vista casi diametralmente opuestos a los suyos.
     Entonces Pacheco se escandalizó al oírle decir que Miguel Ángel “era un buen hombre que no sabía pintar” y después se mostró, en su Arte de la Pintura, contrario a sus procedimientos técnicos, a su pintura de “manchas” y “borrones” heredera de la de Tiziano.
       Pero, aun estando lejos de él en credo artístico, el sevillano “viendo algunas cosas de su mano tan relevadas y tan vivas [...] que igualan a las de los mayores hombres”, no excluyó al Greco “del número de los grandes pintores”. En su opinión, el cretense no sólo era un gran artista, un “gigante”, sino también un “gran filósofo de agudos dichos”.
      Murió, con setenta y tres años de edad, el 7 de abril de 1614. Días antes, sintiéndose ya tocado por la muerte, había otorgado un poder (que en realidad equivalía a un testamento) para que Jorge Manuel testase en su nombre. En él dejaba a su hijo por heredero universal y nombraba como albaceas al propio Jorge Manuel, a Luis de Castilla y a fray Domingo Banegas, un dominico del Monasterio de San Pedro Mártir. Y, siguiendo las fórmulas habituales en los testamentos, aludió a la gravedad de su estado (corroborada por la temblorosa caligrafía de la firma) e hizo fervientes protestas de su fe católica y de su fidelidad a los mandatos de la Iglesia. Según se dice en el testamento que redactó su hijo casi dos años después, el 20 de enero de 1615, fue “metido en un ataúd y depositado en una bóveda de la iglesia del monasterio de Santo Domingo”. Esta bóveda, frontera a la capilla de los Gomaras, había sido cedida en 1612 a Jorge Manuel y su padre “para siempre jamás” a cambio de 32.600 reales que Jorge Manuel condonaría del precio de un monumento de Semana Santa que estaba haciendo para el Monasterio y del compromiso por parte del cretense de realizar a su costa el retablo y el cuadro para el altar situado sobre la sepultura.
      En 1618, muerto ya Luis de Castilla (que como patrono del Monasterio lo hubiera evitado) las monjas de Santo Domingo el Antiguo obligaron a Jorge Manuel a renunciar a la sepultura que le habían concedido en 1612 “para siempre jamás”, y éste tuvo que llevarse los restos de su padre y los de su primera mujer, Alfonsa de los Morales, a un nuevo enterramiento familiar que construyó en la iglesia de San Torcuato.
     Después, esta iglesia desaparecería y con ella los restos del Greco [José Álvarez Lopera, en Biografías de la Real Academia de la Historia].
   La calle El Greco está situada en la barriada El Señorío de Burguillos. Va de la calle Van Gogh a la calle Velázquez y tiene una longitud de 150 metros aproximadamente, siendo bidireccional desde el punto de vista del tráfico rodado, asfaltada y alumbrada por farolas funcionales. Está conformada por viviendas unifamiliares de una promoción inmobiliaria de dos plantas en altura, formando parte de una zona residencial, en su acera derecha, mientras que la izquierda es aún un enorme solar sin construir.
   La calle El Greco es, históricamente, una vía moderna el callejero burguillero, puesto que fue creada a comienzos del siglo XXI con el boom inmobiliarioa que se produjo en nuestro pueblo, de ahí su estilo impersonal, muy característico de todas las urbanizaciones contemporánea no sólo de nuestro pueblo, sino de todo el urbanismo actual.