Mostramos en Historia de Burguillos una reseña del retablo cerámico de la Esperanza de Triana, que se encuentra en la fachada de la vivienda de la avenida Cruz de la Ermita, 3; puesto que hoy, 18 de diciembre, es la Memoria de la Expectación de la Virgen, llamada también Fiesta de la Esperanza, que es una fiesta memorial nacida en España.
El retablo cerámico de la Esperanza de Triana, situado en la fachada, sobre la misma puerta de acceso a la vivienda, del edificio de la avenida Cruz de la Ermita, 3. Dicho retablo se basa en la fotografía de Serrano para la revista Calvario, de 1945. Está realizado mediante la técnica de azulejo plano pintado, de doce piezas, sin fechar, realizado por el taller Mensaque Rodríguez, de Sevilla.
El Retablo cerámico lo centra y preside la imagen devocional de la Esperanza de Triana, cuya descripción podría ser la siguiente:
La imagen de Nuestra Señora de la Esperanza, de 1.70 metros de altura, conserva desde sus orígenes el cuerpo y el cuello, respondiendo a las características formales de las imágenes del siglo XVII. Su autoría es incierta y en las diversas atribuciones ha pesado más lo pasional que lo científico. Los últimos estudios comienzan a arrojar cierta luz sobre un proceso en el que cada uno dejó su impronta, siendo el resultado de la misma, una dolorosa con una fuerza asombrosa, que concita el amor de todo aquel que la observa.
Triana, como centro del fervor popular a la Virgen de la Esperanza, se extiende más allá de las propias fronteras, haciéndose partícipe de su devoción universal. La dolorosa debió sufrir una importante restauración en 1816, realizada por Juan de Astorga con motivo de la inauguración de la Capilla. Algunos especialistas apuntaron que era obra de este escultor, aunque es una hipótesis actualmente en revisión. En 1898 se produjo un incendio fortuito en la Iglesia del Convento de San Jacinto, donde tenía su sede la Hermandad. Su extinción por parte del párroco y otras personas, no impidió que causara graves daños y desperfectos en la talla de la Virgen. La restauración realizada por Gumersindo Jiménez Astorga, fue la primera de las intervenciones más determinantes en la configuración de las facciones de la Virgen. Costosa y bastante compleja, otorgó a la Esperanza la mascarilla y el modelado que hoy conocemos.
Un papel colocado en el busto de la Santísima Virgen, sirvió durante muchos años de recordatorio de aquel suceso: “Esta imagen de la Virgen de la Esperanza, sufrió un terrible incendio en la tarde del día 2 de Mayo de 1898, en que fue destruida en gran parte, encargándose de su restauración el antiguo escultor sevillano D. Gumersindo Jiménez Astorga, que la dejó en su más perfectísimo estado, y costeó su restauración Dª D.G.A., señora muy piadosa”.
Con el paso del tiempo, los vecinos del barrio no terminaban de identificarse con una dolorosa que poseía frialdad y un aspecto nacarado. El sustancial cambio en los rasgos de la Esperanza, llevó al descontento y la añoranza de aquella gracia y color moreno de antaño que poseía antes del desafortunado incendio. Causa de esto debió ser la restauración que realizó José Ordóñez Rodríguez en 1913.
Durante esta restauración, José Ordoñez devuelve a la Santísima Virgen el antiguo esplendor que la hace una Imagen singular, y que había perdido con el incendio de 1898 y la posterior restauración de Gumersindo Jiménez Astorga. Le aplica de nuevo sombra a los párpados y a las cejas además de devolver matices más cálidos a la pátina de la Santísima Virgen. Sus manos en la década de los años veinte se caracterizan por sus amplios dorsos y dedos escasamente flexionados. El resultado de la intervención es sublime, magistral y magnificente. En Nuestra Señora de la Esperanza se encontraba la primera Imagen castiza de la Semana Santa de Sevilla. Fue en 1916, cuando el escritor Eugenio Noel en su libro “Semana Santa en Sevilla”, la compara con la mujer de un torero por sus ojos y espesas cejas negras. De alguna manera, el pueblo buscaba identificar los rasgos de su Virgen con los de una mujer andaluza, y el resultado fue arrebatador.
Llegado el año 1929, la ciudad se viste de gala para celebrar la Magna Exposición Iberoamericana. El 24 de Septiembre de 1929 se inauguró en la Parroquia del Divino Salvador la segunda fase de la Exposición Mariana, en la que participaron entre otras Imágenes de gran devoción en el pueblo de Sevilla, la de Nuestra Señora de la Esperanza. Para aquel momento, Antonio Castillo Lastrucci le sustituye las manos, componiendo las más bellas de toda su producción, le refuerza los ensambles de la castigada mascarilla con telas encoladas, y le aplica nuevos aparejos junto a una nueva policromía que intensificara los rasgos castizos característicos de la Imagen Sagrada. La clausura de la Exposición aconteció el 1 de Diciembre, día en que por la tarde regresaba en su paso de palio hacía el viejo arrabal la Santísima Virgen de la Esperanza, en loor de multitudes.
Posteriormente, a la imagen se le sustituyó el candelero en mayo de 1936 y de nuevo en octubre del mismo año, realizado por el entonces primer prioste de la Hermandad, José Rodríguez Martínez. Dicho candelero fue sustituido nuevamente en febrero de 1981 por Luís Álvarez Duarte, quien a su vez le incorporó nuevos brazos articulados y le retiró el sistema de enganche del manto a la nuca. Al componer el candelero de la Virgen para que éste pudiera desmontarse del busto en aquella primera mitad del siglo XX, se destrozó parte del apunte transcrito anteriormente, que recordaba la restauración acometida tras el incendio de 1898 en la Iglesia de San Jacinto. El recordatorio colocado en el busto, fue sustituido por otro que además de copiar al anterior, añadía el siguiente comentario: “Este escrito es copia del que la Virgen tenía en la parte baja del busto y que hubo necesidad de mutilar al poner a la imagen la planchuela con el tornillo que actualmente tiene para que sea el candelero de quita y pon en mayo de 1936”.
Durante los primeros meses de la Guerra Civil, la Virgen de la Esperanza tuvo que ser ocultada para no sufrir daño alguno. En los años posteriores, se produjo la eclosión de la Esperanza con un patrón de belleza absoluto e inigualable. El resultado de este proceso había sido madurado con la llegada de su antiguo vestidor, Fernando Morillo, quién concibió a la Esperanza como la más viva imagen de una Madre. En ese tiempo es cuando nace el lenguaje de las manos de la Esperanza. En ella, la mano derecha se extiende para ofrecerle el pañuelo al pueblo, mientras la izquierda señala hacía el ancla de su pechera en una hermosa reafirmación: “Yo soy la Esperanza, toma mi pañuelo”.
Casi cinco décadas transcurrieron hasta que la Virgen no necesitó una nueva restauración. La policromía de Castillo no aguantaba más, y se había oscurecido progresivamente por problemas en el soporte. Esta vez fue el escultor y hermano de la corporación don Luís Álvarez Duarte, quien tuvo que retirar algunas telas encoladas que fijaban la mascarilla en su parte inferior. Lo primero que se realizó fue una copia exacta en marmolina de la imagen. Luego se empezó con la limpieza y en palabras del propio Luís Álvarez Duarte “la encarnadura que le hizo don Antonio Castillo estaba prácticamente pasada y torcida. Y entonces es cuando entro a hacer la limpieza total con el decapante. Ya cuando he empezado puedo comprobar con enorme satisfacción como en la nariz, boca y barbilla van desapareciendo grumos de óleos y bastantes repintes y puedo comprobar cómo tiene la imagen modelado el paladar, la lengua y también una dentadura casi perfecta, cosa que antes no se apreciaba. Lo mismo me ha ocurrido con las fosas nasales que antes solamente las tenía señaladas y ahora las tiene perfectas como se podrá comprobar. Quiero que quede bien claro que estoy consolidando y encarnando a la Stma. Virgen, no creando (…) don Antonio Castillo le dio prácticamente aparejos y yesos a toda su cabeza”.
En esta última intervención, Álvarez Duarte resanó y consolidó la talla, eliminando los aparejos y yesos que le dio Castillo, y posteriormente pasó a reencarnarla totalmente y a la colocación de unas nuevas pestañas y lágrimas de cristal, éstas últimas más finas que las de Castillo, pero respetando el número de cinco y su ubicación.
En una conferencia pronunciada por el propio Álvarez Duarte con motivo del XXV Aniversario de la Coronación Pontificia de la Santísima Virgen afirmaba, sin dejar lugar a las dudas, que por la forma en que tiene tallada la Sagrada Imagen el paladar de la boca, la dentadura o el cuello puede fecharse a Nuestra Señora de la Esperanza como obra del siglo XVII sevillano.
En resumen, digamos que la Esperanza no tiene una edad concreta, es la visible huella del paso del tiempo, y el aroma de una Triana que nunca se apaga. Como escribió Eugenio Noel en 1916: “..Diga oste , Zeño, que eza Virgen no la iso nadie; tiene en zu cuerpo un peaso de cada trianero..” (Hermandad de la Esperanza de Triana).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de la Virgen de la Esperanza;
La representación de la Virgen en la espera del parto, denominada con el nombre de Nuestra Señora de la Expectación o de la Esperanza, no es del todo extraña al arte del siglo XIII, puesto que puede citarse un ejemplo en la catedral de León; pero se volvió frecuente a finales de la Edad Media. En efecto, en esta época la Iglesia instituyó la fiesta de la Expectación de la Virgen, fijada el 18 de diciembre, ocho días antes de Navidad.
Una abadía belga tomó el nombre de Abadía de Buena Esperanza.
Ese tema del embarazo parece haber sido particularmente popular en España y en Portugal donde las Vírgenes de este tipo llevan el nombre de Nuestra Señora de la O (Nossa senhora do O), sea a causa de la forma ovoidal de su vientre abombado, sea, de acuerdo con otra explicación tomada de la liturgia, porque en la semana precedente a la Natividad, las antífonas cantadas en los oficios comienzan por la letra O.
Muchas de estas figuras no son, verosímilmente, más que elementos separados de grupos de la Visitación, donde la Virgen formaba pareja con su prima Isabel: en el vientre de las dos mujeres había una cavidad oval para alojar los embriones del Niño Jesús y de san Juanito (san Juan Bautista).
Los pintores españoles representan a la Virgen en cinta con un sol sobre su vientre abombado.
Las escuelas de pintura italiana y alemana también ofrecen algunos ejemplos (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la Memoria de la Expectación de la Virgen, llamada también Fiesta de la Esperanza;
Se estableció como fiesta principal de la Virgen de la liturgia hispánica, en conmemoración de la Encarnación del Verbo, en el X Concilio de Toledo, presidido por San Eugenio III Obispo de Toledo, celebrado el 656 durante el reinado de Recesvinto. Fue confirmada, así mismo, por su sucesor, San Ildefonso de Toledo, pues el anterior prelado murió al año siguiente de la promulgación, al que erróneamente se le atribuye el título que hoy tiene, pero al que pertenecen casi todos los textos eucológicos de la fiesta. Puesto que la observancia cuaresmal o la fiesta de Pascua imposibilitaban señalarla el veinticinco de marzo, nueve meses antes de Navidad, se decidió instaurarla en el contexto del Adviento, en la octava anterior a la celebración de nacimiento, fundamentándose en el ejemplo de Iglesias lejanas, quizás a la copta y a la etiópica. Fue la única fiesta mariana de la liturgia hispánica hasta que sobre el siglo IX se introdujo la de la Asunción. Recibe también el nombre popular de Fiesta de la O porque desde su víspera hasta el veintitrés se cantan solemnemente al Magníficat unas antífonas, que se hicieron muy populares, y que empiezan siempre por la exclamación latina O (español, Oh), para mostrar el perpetuo asombro del hombre por el nacimiento del Dios humanado. En la Iglesia de Inglaterra se adelantó ya en el medievo esta práctica al día dieciséis, señalando para el día veintitrés una octava antífona de tinte mariano: O Virgo virginum, que dice así: “Oh, Virgen de Vírgenes, ¿cómo ha de ser esto? / Ya que nunca antes hubo una como vos, ni la volverá a haber./ Hijas de Jerusalén, ¿por qué os maravilláis de mí? / Lo que vosotros admiráis es un misterio Divino”. Ésta pasó a utilizarse en la fiesta de la Expectación cuando se introdujo en el Rito Romano. Cuando se impuso en la Península Ibérica el Rito Romano a partir del siglo XI, se mantuvo como fiesta particular hispana, con el título con que actualmente la conocemos, al tiempo que la festividad romana de la Anunciación del veinticinco de marzo pasó a ser introducida en el Missale Gothicum.
En la reforma postridentina del Rito Romano esta fiesta fue aprobada por Gregorio XIII Buoncompagni en 1573 con la categoría de doble mayor en el Propio de Toledo. Las lecciones del breviario se tomaron del tratado De perpetua virginitate del citado San Ildefonso de Toledo. Esta Iglesia consiguió incluso el privilegio, aprobado el veintinueve de abril de 1634, de celebrarla incluso en concurrencia con el IV Domingo de Adviento. De aquí se extendió a casi todas las diócesis hispánicas.
Del ámbito hispano pasó a otras Iglesias y congregaciones, a las que se les concedió: a Venecia y Tolouse en 1695, a los cistercienses en 1702, a Toscana en 1713, incluso a los Estados Pontificios en 1725 por Benedicto XIII Orsini (Ramón de la Campa Carmona, Las Fiestas de la Virgen en el año litúrgico católico, Regina Mater Misericordiae. Estudios Históricos, Artísticos y Antropológicos de Advocaciones Marianas. Córdoba, 2016).
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