Mostramos en Historia de Burguillos la pintura del Bautismo de Cristo que encontramos en la capilla mayor de la iglesia parroquial de San Cristóbal mártir de nuestro pueblo, aprovechando que ayer, 12 de enero (domingo posterior a la solemnidad de la Epifanía del Señor), fue la Fiesta del Bautismo de Nuestro Señor Jesucristo, en el que maravillosamente es proclamado como Hijo amado de Dios, las aguas son santificadas, el hombre es purificado y se alegra toda la tierra [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
Es un óleo sobre lienzo en el que se representa el Bautismo de Cristo por San Juan Bautista en el Jordán bajo la presencia del Espíritu Santo. La pintura se ha venido atribuyendo a la escuela sevillana y fechándose a principios del siglo XVIII. El marco es también barroco y de esta misma época. En su origen estuvo presidiendo la capilla bautismal. Es una obra deudora sin lugar a dudas del magnífico óleo sobre lienzo realizado por Murillo en 1668 para la Capilla de San Antonio o del Bautismo de la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla, con unas medidas de 2,80 x 2.06 m., de ahí que analicemos también esta obra maestra para comprender mejor la obra existente en nuestra iglesia parroquial:
"En la pintura Cristo y san Juan Bautista están perfectamente interrelacionados física y espiritualmente, contraponiéndose de manera perfecta la potente emotividad que emana del rostro del Bautista con la profunda humildad que manifiesta el de Cristo. Un amplio espacio natural, intensamente iluminado se abre detrás de las figuras marcando una profunda perspectiva. La soltura técnica que muestra esta pintura tiene su justificación en la reciente estancia de Murillo en la corte madrileña, donde aprendió muy bien las lecciones que ofrecía la colección de pinturas venecianas y flamencas del Palacio Real y de otros recintos nobiliarios y religiosos." (Valdivieso. 2010: 120).
"En la pintura Cristo y san Juan Bautista están perfectamente interrelacionados física y espiritualmente, contraponiéndose de manera perfecta la potente emotividad que emana del rostro del Bautista con la profunda humildad que manifiesta el de Cristo. Un amplio espacio natural, intensamente iluminado se abre detrás de las figuras marcando una profunda perspectiva. La soltura técnica que muestra esta pintura tiene su justificación en la reciente estancia de Murillo en la corte madrileña, donde aprendió muy bien las lecciones que ofrecía la colección de pinturas venecianas y flamencas del Palacio Real y de otros recintos nobiliarios y religiosos." (Valdivieso. 2010: 120).
La pintura muestra el episodio narrado por los Evangelistas en Mat., 3, 13-17, Mc., 1, 9-11, Luc., 3, 21-22 y Jn., 1, 32-34. La iconografía del Bautismo sigue los preceptos desarrollados a partir del Renacimiento, según los cuales, confluyen los dos ritos bautismales de inmersión y aspersión; es por ello, que Cristo mantiene la parte inferior de sus piernas dentro del agua, mientras San Juan Bautista derrama sobre su cabeza el agua bautismal.
Se trata de una escena en la que prima una armonía compositiva basada en una estructuración geométrica en la disposición de los elementos representados, adquiriendo una forma romboidal, cuyos ángulos están ocupados, en la zona inferior, por la figura arrodillada de Cristo, a su derecha, San Juan Bautista, a su izquierda, los ángeles que portan sus ropas y, en la zona superior, la paloma del Espíritu Santo. Las figuras están insertas en un paisaje natural compuesto por rocas, arbustos y agua, representado atendiendo a la recreación de sus matices lumínicos y atmosféricos.
La brillantez de los colores, potenciados por una modulada incidencia lumínica, y su aplicación mediante una pincelada extremadamente suelta -adquiriendo mayor corporeidad en la representación de las figuras y un carácter evanescente en el fondo de la composición- permiten una perfecta integración entre los elementos principales y el entorno que los rodea (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Conozcamos mejor los Relatos de los Evangelistas, el Culto y la Iconografía de la Fiesta del Bautismo de Nuestro Señor Jesucristo para entender la pintura del Bautismo de Cristo de nuestra parroquia:
Los relatos de los evangelistasLos acontecimientos del ciclo de la Infancia en general aparecen mencionados en uno solo de los Evangelios, y ello en el mejor de los casos, porque casi siempre estamos limitados a las ficciones novelescas de los Evangelios apócrifos.
Aquí, por primera vez, nos encontramos en presencia de un abanico de testimonios concordantes. El apóstol Juan se limita, es verdad, a aludir a él (1: 29 - 32) cuando se refiere al encuentro del Bautista y Jesús y al descenso del Espíritu Santo. Pero contamos con el testimonio de los tres sinópticos: Mateo (3: 13 - 17), Marcos (l. 9 - 13) y Lucas (3: 21 - 22).
Esos relatos pueden resumirse de esta manera:
Jesús va hacia el Jordán desde Nazaret, para hacerse bautizar por Juan. El Precursor se niega un honor del cual se juzga indigno, como más tarde lo hará san Pedro en la escena del Lavatorio de los pies. Pero Jesús insiste. En el momento en que sale del agua ve abrirse el cielo y descender sobre él el Espíritu de Dios, como una paloma. Y en el cielo resuena una voz que dice: "TÚ eres mi Hijo amado, en ti me complazco".
La escena está compuesta entonces por dos elementos bien diferenciados: la purificación en el agua del río y la teofanía o Descenso del Espíritu Santo.
Cabe preguntarse por qué Jesús se sometió espontáneamente a un rito de purificación que no necesitaba más que la Virgen después de su maternidad sin mancha. Los teólogos responden que eso no era para él sino para los hombres de la Nueva Alianza, con el objeto de instituir el sacramento del Bautismo en lugar de la Circuncisión judaica.
En cuanto a la teofanía, ha sido imaginada para agrandar la figura de Jesús que sin el la habría aparecido como un simple discípulo de san Juan; y para afirmar así su carácter mesiánico. Su voluntaria humildad está desdibujada por esta apoteosis.
En el simbolismo cristiano inspirado en san Pablo, la inmersión del neófito en la piscina significaba su muerte, y la salida del agua simbolizaba la resurrección por la virtud del bautismo.
La fiesta de la Epifanía, que se celebra el 6 de enero, en la actualidad evoca la Adoración de los Reyes Magos, es la Fiesta de Reyes; pero originalmente conmemoraba el Bautismo de Cristo en el Jordán, considerado la primera Epifanía o Teofanía de Cristo, es decir, su primera manifestación divina. Las Constituciones apostólicas redactadas hacia el año 400 le otorgan ese significado. «Es necesario descansar ese día -enseñan-porque es aquél en que la divinidad de Cristo ha sido revelada, cuando el Padre le ha rendido testimonio y el Espíritu Santo apareció sobre su cabeza en forma de paloma.»
Entre los orientales, el Bautismo siguió siendo el principal objeto de la fiesta, y en los calendarios coptos la Epifanía está designada con el nombre de Dies Baptismio Inmersio Domini.
Iconografía
Los datos esenciales del tema
Antes de analizar la evolución iconográfica del tema bajo la influencia de la liturgia bautismal, conviene aislar los rasgos esenciales de la composición.
En principio, asombra la semejanza del Bautismo con la Anunciación. En una y otra escena tenemos dos personajes principales: Cristo y san Juan Bautista, la Virgen y el ángel, uno de naturaleza divina (Cristo, el ángel), el otro perteneciente a la especie humana (san Juan Bautista, la Virgen). De ello resulta, naturalmente, una composición de tipo polarizado y más o menos asimétrica, aunque a diferencia de la Anunciación, la escena ocurre al aire libre, en un espacio homogéneo.
Los dos temas se juntan gracias a la presencia de un tercer factor: Dios Padre o la paloma del Espíritu Santo que aparece encima de la cabeza de Cristo.
Al convertirse en el centro o eje de la composición, la paloma celestial reduce la importancia del papel de san Juan Bautista que sólo es, igual que el ángel mensajero, un simple ejecutante y que acaba por arrodillarse ante Cristo.
Lo que distingue al Bautismo de la Anunciación -este es un punto acerca del cual nunca se insistirá demasiado- es que aquél no es sólo un acontecimiento de la vida de Cristo, sino un sacramento y que, en consecuencia, su iconografía se basa no sólo en los relatos evangélicos sino también, y sobre todo, en la liturgia bautismal cuyas variaciones refleja.
«Se han combinado dos cosas: lo que ocurrió en el bautismo de Jesús y lo que ocurría en el bautismo de los fieles y se hizo porque se consideraba el bautismo de Jesús como el prototipo del bautismo cristiano.»
Es necesario estudiar aparte la purificación sacramental y la teofanía.
a) El rito de la purificación
A falta de una descripción bastante precisa en los Evangelios, la escena del Bautismo de Cristo ha sido representada por el arte cristiano de acuerdo con la liturgia del sacramento bautismal. Ella está modelada según los ritos de ese sacramento que ha sido administrado sucesivamente en dos formas: por inmersión en un río o una piscina de baptisterio o por simple infusión en la capilla de las pilas bautismales.
A) El bautismo por inmersión (per immersionem)
En los dos casos, los personajes principales son siempre Cristo, san Juan Bautista y los ángeles. Pero hay diferencias muy evidentes en sus actitudes, ropas y accesorios.
Los personajes: Jesús, Juan, los ángeles
Entre los siglos VI y XII en el arte bizantino o bizantinizante se representó a Jesús completamente desnudo, inmerso en las aguas del Jordán. El agua asciende hasta su cintura y a veces hasta sus axilas u hombros, dibujando alrededor de su cuerpo una cúpula ovoidal que se asemeja a una campana líquida que no puede representar la pila bautismal puesto que en vez de ser cóncava es convexa. El curso del río está representado según las reglas de una perspectiva infantil en la cual las líneas se elevan en vez de alejarse. La fluidez del agua está indicada en las ondulaciones paralelas que estrían la campana acuática, como las olas y peces que nadan en el elemento líquido. Pero el agua no es transparente, puesto que sirve para tapar el sexo.
A pesar de la cronología de Lucas que expresamente atribuye al Mesías la edad de treinta años al tiempo de su Bautismo, en el arte paleocristiano Jesús tiene la estatura de un niño (pintura mural del cementerio de Calixto, sarcófago de santa Quiteria en Mas d'Aire). Esta anomalía se debe a que en la liturgia los catecúmenos eran llamados pueri, infantes. Es a finales del siglo VI, en el Evangelio sirio de Rabbulos, donde aparece en el Bautismo un Cristo adulto y barbudo. A partir de entonces se lo representará con la estatura de un hombre.
A veces, en lugar del lecho del Jordán es bautizado en una cuba. Otra prueba de la influencia de la liturgia. El bautismo, para ser eficaz, primitivamente debía administrarse en aguas corrientes y vivas, es decir, en un río. Por razones de comodidad más tarde debieron contentarse con aguas muertas, detenidas en un recipiente con forma de cáliz.
San Juan Bautista vestido con una zamarra de piel de oveja está de pie sobre la ribera e impone la mano sobre la cabeza de Jesús. Antes de finales del siglo XII no se lo ve nunca verter el agua lustral. El mosaico restaurado del baptisterio de Rávena puede presentarse como una excepción a esta regla.
Sobre la orilla opuesta del río están los ángeles descendidos del cielo para oficiar como diáconos. Su presencia no se menciona en los Evangelios canónicos ni en los apócrifos. También dicha presencia se explica por la liturgia en la cual un diácono asistía al obispo sosteniendo el capillo y vistiendo a los catecúmenos con una túnica blanca después de la inmersión. El número de diáconos oscila entre uno y tres, en este último caso, simbolizan las tres jerarquías angélicas.
De acuerdo con la costumbre oriental, llevan las manos veladas (manus velatae) en señal de respeto. Los artistas de Occidente, poco familiarizados con el ceremonial bizantino, no comprendieron el significado de esos velos e imaginaron ingenuamente que los ángeles presentaban una bata de baño para secar al catecúmeno, o que cumplían la función de percheros vivos esperando que Cristo saliera del agua.
El Bautismo por inmersión comporta además figuras alegóricas como el dios del Jordán, el dragón vencido y un monumento conmemorativo: la cruz acuática.
El Jordán está personificado por un dios fluvial que tiene un ramo de cañas y una urna inclinada, de acuerdo con una tradición que el arte de los primeros tiempos del cristianismo tomó del arte alejandrino.
Como se consideraba, según san Jerónimo, constituido por Jor y por Dan, a veces aparece duplicado en dos medias figuras. Por eso el río Dordoña, formado por Dora y por Doña, en el arriate de agua de Versalles está representado por dos urnas. En el Protaton del monte Athos, el Jordán es un viejo calvo que conduce un tiro de dos delfines. Con frecuencia tiene sobre la frente pinzas de cangrejo, como los centauros marinos de la mitología (baptisterio de los Arrianos, en Rávena).
Un detalle enigmático a primera vista, que se explica por la usual comparación con el Paso del mar Rojo, prefiguración del Bautismo, y por una alusión a los Salmos que era el Libro más popular del Antiguo Testamento. El Jordán personificado casi siempre está representado de espaldas y parece darse a la fuga, como el mar Rojo que se retira (Púlpito de Maximiano). El arte se ha limitado a la traducción del Salmo 114: 3, donde se dice el Jordán se echó para atrás (Jordanus conversus est retrorsum).
En numerosos Salterios bizantinos, elSalterio Jludov, por ejemplo, se ve derrumbado sobre la orilla del río un enorme dragón acuático cortado en dos y sangrante. Para comprender el sentido es necesario referirse al Salmo 74: 13 - 14 donde se invoca a Dios con estas palabras: «Con tu poder dividiste el mar / y rompiste en las aguas las cabezas de los monstruos. / Tú aplastaste la cabeza del Leviatán (...)». En lenguaje teológico ello significa que de la misma manera que el faraón pereció persiguiendo a los hebreos en el mar Rojo que se abrió para dejar pasar a Moisés, el poder del demonio ha sido partido por el bautismo.
Esta tradición se perpetuó durante largo tiempo en el arte bizantino. En el convento de Xenofontou, en el monte Athos, Cristo apoya el pie sobre una piedra de la que asoman cuatro cabezas de serpiente.
Otro detalle no menos curioso es una cruz en el lecho del río. Según Strzygowski, se trataría de un presagio de la Crucifixión. En realidad se trata de un recuerdo de peregrinación. Para señalar a los peregrinos el sitio donde había tenido lugar el Bautismo de Cristo, se había levantado en el Jordán una cruz en lo alto de una columna plantada sobre un basamento de tres escalones. Esta columna en torno a la cual nadan los peces, aparece reproducida con mucha frecuencia en las representaciones antiguas del Bautismo.
Detrás de san Juan Bautista a veces se ve el hacha hundida en el tronco de un árbol de la cual habla el Precursor cuando se dirige a los fariseos (Mosaico del baptisterio de San Marcos de Venecia). Es la ilustración de un pasaje de Mateo (3: 10): «Ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego.»
Estos detalles de origen helénico o sirio, que sirven para localizar la escena, desaparecieron a partir del siglo XII.
B) El bautismo por infusión (per infusionem)
Es en esa época (siglo XII), cuando la infusión o aspersión (Begiessung), que debió introducirse mucho antes para administrar el bautismo a los enfermos y a los niños, comenzó a reemplazar en la liturgia al triple baño purificador. La representación del Bautismo de Cristo resultó, en consecuencia, radicalmente transformada.
El ejemplo más antiguo del Bautismo por infusión es el retablo esmaltado de Nicola de Verdun (1181), pero allí todavía aparece combinado con la inmersión. Fue en el siglo XIV, con Taddeo Gaddi y Andrea Pisano cuando la nueva fórmula triunfó definitivamente.
En vez de estar inmerso en el Jordán hasta los hombros, Jesús se sumerge en el agua sólo hasta las rodillas e incluso hasta los tobillos. Desde entonces ya no puede ser representado completamente desnudo. Como en la Crucifixión, por decencia, lleva un ceñidor, un trozo de tela ajustado alrededor de la cintura. El ceñidor que reemplaza la campana acuática, sirve, como ésta, para ocultar el sexo. De pie en medio del río casi seco, une las manos mientras san Juan vierte el agua lustral sobre su frente. En ciertos casos muy infrecuentes (capitel del claustro de Eschau, en Alsacia), es la paloma del Espíritu Santo la que deja caer sobre el Mesías el contenido de una ampolla que lleva en el pico.
Como lo ha señalado Strzygowski, generalmente la infusión se realiza con una copa o una concha en el arte italiano, con un cántaro en el arte alemán, mientras que en la escuela de los Países Bajos (Van der Weyden, Memling, G. David) san Juan Bautista deja caer algunas gotas de agua desde la concavidad de su mano sobre la cabeza de Cristo.
C) La iconografía bautismal del Renacimiento y de la Contrarreforma
No es conveniente detenerse en la concepción que tenían los italianos del Renacimiento acerca del Bautismo de Cristo, porque nada tiene que ver con el arte religioso.
De la misma manera que las Bodas de Caná para Veronés son apenas un pretexto para desplegar el lujo de un banquete, el Bautismo es sólo una escena de baño, o más bien de los preparativos de un baño con bellos cuerpos desnudos de efebos que retozan y se lavan al aire libre. Alrededor de Cristo los catecúmenos se desnudan, visten, descalzan o ponen la camisa. El sacramento deja lugar a un baño en el Tiber o el Arnot.
Después del concilio de Trento se retornó a una concepción menos pagana del Bautismo, aunque sin retomar la fórmula medieval. En vez de estar de pie en el Jordán, Cristo se inclina o hasta se arrodilla con respeto ante san Juan Bautista. Incluso a veces Cristo y san Juan, rivalizando en humildad, se arrodillan uno frente al otro.
Este nuevo orden se limita a traducir fielmente la doctrina de los teólogos místicos que profesan que Cristo, por humildad, quería rebajarse frente al Precursor, como si tuviera necesidad de ser purificado. Émile Mâle cita paralelamente los textos en que pudieron inspirarse los artistas del siglo XVII. «¡Oh Verbo encarnado -escribió la santa florentina María Magdalena de Pazzi- tú has querido inclinarte y humillarte frente a san Juan, como si tuvieras necesidad de ser purificado.» El español Álvarez de Paz le hace coro en sus Meditaciones: «Tu Bautismo fue la obra de tu admirable humildad. Ibas al Bautismo, oh maestro de la Pureza, como si tuvieses pecados que expiar.» A decir verdad, existe un precedente, se encuentra un ejemplo -aislado, ciertamente- del siglo XIV, en una composición del pintor de inspiración giottesca, Taddeo Gaddi (Academia de Florencia), que representa a Cristo arrodillado en el lecho del Jordán.
No obstante no debe creerse que esta innovación haya sido acogida con general conformidad. En el arte religioso de los siglos XVII y XVIII con frecuencia vemos al Cristo Rey servido por ángeles que lo visten. Poussin en un cuadro de la Galería Czernin de Viena y Jean Restout (1745) en el Museo Dijon muestran a san Juan Bautista que se arrodilla frente a Cristo y a Dios Padre que aparece en una nube por encima de éste.
Así, la iconografía posttridentina del Bautismo a veces subraya la humildad, y en ocasiones la majestad del Salvador.
En suma, en la evolución que hemos esbozado, pueden distinguirse a grandes rasgos, tres tipos principales.
1. Cristo desnudo está inmerso en el Jordán que forma alrededor de su cuerpo una campana acuática. San Juan Bautista le impone la mano sobre la cabeza.
2. Cristo con ceñidor está de pie en el lecho del río cuya agua apenas le llega a los tobillos. San Juan le vierte el agua lustral sobre la cabeza.
3. Cristo vestido con una túnica se arrodilla en la ribera frente a san Juan Bautista, o éste se arrodilla frente a aquél.
b) La teofanía
El rito lustral no es todo. Según el relato de los Evangelios, por encima del divino catecúmeno, el Espíritu Santo desciende desde lo alto del cielo al tiempo que resuena la voz de Dios Padre proclamando por primera vez el carácter mesiánico de Cristo.
Marcos, que nos ofrece la versión primitiva de los Evangelios, dice simplemente que el Espíritu descendió «como una paloma», lo que significa, sin duda, que su vuelo se asemejaba al de una paloma. Lucas infirió de ello que el Espíritu Santo descendió «en forma corporal, como una paloma», lo cual es muy diferente. No es necesario decir que esta segunda versión, que materializaba de una manera concreta y plástica la aparición del Espíritu Santo, ha sido adoptada de inmediato por todos los artistas, encantados de poder representar de ese modo un Ser divino tan incorpóreo como los ángeles. El arte contribuyó a la fortuna de una concepción que en su origen reposa en un despropósito.
A veces la paloma lleva una rama de olivo en el pico, a consecuencia de la asimilación de Cristo bautizado en el Jordan al patriarca Noé en el arca.
Así, el Bautismo está concebido no sólo como una purificación, sino también como una iluminación (photismos). De acuerdo con una muy antigua tradición que se encuentra en el siglo II en Justino, y en el siglo IV en Efrén el Sirio, en el momento del Bautismo de Cristo del agua del Jordán brotó una luz. El poeta latino Prudencia agrega que el dios del Jordán resultó deslumbrado y retrocedió de espanto. Otro poeta cristiano, Juvencus, dice que una luz penetrando el agua transparente del río reveló la presencia de Dios.
Podemos encontrar las huellas de esta leyenda en un fresco de Capadocia del siglo IX, donde la luz que brota del agua está ingenuamente representada por una antorcha que emerge del río cerca de Jesús.
Al mismo tiempo otra luz, todavía más deslumbrante, aparece en el cielo para iluminar a dos personas divinas: Dios Padre y la paloma del Espíritu Santo.
La intervención de Dios Padre es evocada ya por la Mano de Dios, ya por su figura en busto que hace un gesto de bendición. Dios aparece de esa manera a partir del siglo XII, en las pilas bautismales de Lieja (1118).
En el arte barroco del siglo XVII, san Juan Bautista eleva un rostro extasiado hacia el cielo donde resuena la voz del Padre Eterno.
Catálogo
Cuando se elabora un catálogo se comprueba que gran número de Bautismos han sido encargados o ejecutados por donantes o artistas que llevaban el nombre del Precursor: por ejemplo, Jean Baptiste Colbert, Jean Baptiste Tuby, Jean Baptiste Lemoyne, Jean Baptiste Corot.
Así como la Santa Cena decora los refectorios de los conventos, el Bautismo de Cristo es el tema que se reserva para la decoración de los baptisterios, de las capillas de las pilas bautismales y hasta de las propias pilas (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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