Mostramos en Historia de Burguillos el capítulo XXI del libro "El señorío de Burguillos (Sevilla); una aproximación a su historia", de Francisco Rodríguez Hernández, editado por el Ayuntamiento de Burguillos y la colaboración de la Diputación de Sevilla en 1999, y que trata sobre Una visita pastoral, ocupando las páginas 89 a 97 de dicha monografía y que pasamos a transcribir íntegramente:
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Una visita pastoral
Don Jaime de Palafox y Cardona, había nacido en Ariza (Zaragoza), en 1642. Era hijo de Juan Francisco de Palafox, marqués de Ariza y de María Felipa de Cardona y Ligny. Estudió en Salamanca, donde fue rector de su Universidad. Tuvo otros cargos eclesiásticos importantes en Zaragoza, y en enero de 1678, pasó a ser arzobispo de Palermo, donde permaneció hasta su traslado a Sevilla, para cuyo arzobispado fue promovido el 13 de noviembre de 1684, tomando posesión el 15 de febrero de 1685, y haciendo su entrada en la ciudad, el 14 de abril siguiente, sábado y víspera del domingo de Ramos, de acuerdo con la información que nos facilita el profesor José Sánchez Herrero en Historia de la Iglesia de Sevilla, 4ª parte, Sevilla Barroca, Ed. Rodríguez Castillejo, 1992.
Este prelado ocupó la diócesis hispalense, desde 1684 a 1701, y tuvo una personalidad plural y rica en matices. Le llamaban el de los cien pleitos, pues parece que sentía una gran inclinación hacia ellos, y de su carácter se cuenta, que con frecuencia era poco amable en su trato con los demás. Domínguez Ortíz, lo califica de "agrio e indigesto y de hombre que parecía complacerse en crear conflictos bajo las apariencias de un gran celo por la fe". También se le acusa de haber querido prohibir las danzas del Corpus Christi.
Tuvo problemas con la Inquisición, por su posición favorable a la difusión de las doctrinas del Molinismo [Molinosismo], y por ello sufrió un proceso que le ocasionó una gran amargura.
Pero no voy a seguir amontonando los aspectos negativos de su compleja personalidad, entre otras razones, porque en contraposición a ello, se puede asegurar de una manera documental, que no hubo una persona más sensible que él, a la necesidad ajena. Es conocida su disposición a la caridad. Se sabe, sin lugar a dudas, que su distribución mensual en limosnas, ascendía a 10 ó 12.000 ducados, que era entonces una elevada cantidad.
Fundó el convento de Capuchinas, bajo la advocación de Santa Rosalía, al que su hermana vino de abadesa. Y añade el profesor Sánchez Herrero: "Jaime de Palafox, murió el 2 de diciembre de 1701. Mandó que su corazón fuera enterrado en el convento de Santa Rosalía, mientras que su cuerpo descansa en el panteón de los arzobispos de Sevilla, en la iglesia del Sagrario".
Esto es, a grandes rasgos, lo que se me ocurre decir como presentación del hombre que el día 26 de marzo de 1693, hizo su entrada e n Burguillos, en visita pastoral, en su condición de prelado de la
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diócesis hispalense. En realidad era la segunda visita que hacía, y me inclino por comentar esta, porque en la primera dejó instrucciones que no fueron obedecidas, y las consecuencias de ello las vamos a ver reflejadas en el acta que se instruyó, en esta que comentamos, y de la qu en su parte esencial, nos vamos a ocupar seguidamente.
Digamos primero, que con una visita pastoral, que era muy importante, el prelado cumplía con una de las tres ocupaciones primordiales que eran de su competencia; las otras dos son, la predicación del evangelio y conferir órdenes sagradas. El prelado en determinadas circunstancias, delegaba la gestión en alguno de los visitadores de que disponía para ello, los cuales se atenían en su visita e inspección, a las instrucciones contenidas e las Sinodales de 1604 que posteriormente incorporó la Instrucción de 1705, dada por el arzobispo don Manuel Arias y Porres (1702-1717). La citada acta consta de 27 puntos, algunos de los cuales solo tienen un interés histórico relativo, pues se recuerda -por ejemplo- que se guarde, cumpla y ejecute, lo dispuesto en las Constituciones Sinodales, concesión de indulgencias, reparación del Sagrario, lienzos benditos en los altares, nuevo vaso del Santo Oleo Infirmorum, por ser antiguo el que hay; ordena asimismo, que se haga un confesionario de madera, da instrucciones sobre los Cálices, y otras recomendaciones que solo afectan al estado y gobierno de la iglesia. Hay que añadir que algunos de los puntos se rematan con la frase: "como se mandó en Visita pasada que hizo su Ilustrísima en esta Iglesia".Como la mayoría de las instrucciones de la primera visita, no fueron obedecidas, -como ya se ha dicho- ya nos podemos imaginar las ideas que invadirían el pensamiento del arzobispo Palafox al comprobarlo. Por otra parte, hay que considerar que tal vez, el pobre cura párroco no disponía del dinero necesario para dar cumplimiento a tantas cosas que se le ordenó. O bien no se percató del riesgo en que se ponía, adoptando una actitud de desatención. Sea lo que fuere, del examen que vamos a hacer a continuación de algunos de los puntos del acta, deduciremos la naturaleza de la situación creada.
- En el punto 2, se dice:
Item. Que el cura examine de Doctrina Cristiana, a los que se hubieren de casar antes de amonestarlos, y si no la supieren, no los amoneste hasta que la hayan aprendido.
Esta fórmula no nos causa sorpresa porque en nuestros días, más de una pareja ha pasado por esta situación.
- En el punto 4, se dice:
Item. Que cuando se lleva el Santísimo Sacramento de secreto a los enfermos, no se toque campanilla alguna, por evitar la indecencia de quien conoce, que va allí su Majestad y no le acompaña.
De acuerdo en todo y nada que objetar.
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- En el punto 6, se dice:
Item. Por cuanto será de gran devoción, que luego que amanezca, se acuerden los fieles del sacrosanto misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, mandó su Ilustrísima, que al tiempo de la aurora de cada mañana, se toque con la campana grande a la oración, de la misma suerte que se hace al anochecer; con un breve repique; y todas las personas que oídas las dichas campanas, oren las oraciones del Ángelus Domini, que se rezan cuando tocan las Ave Marías, concede su Ilustrísima 40 días de indulgencias cada vez.No cabe duda, de que la sociedad de aquel tiempo, estaba estrechamente ligada a la fe católica.
- En el punto 7, se dice:
Item. Por cuanto en el artículo de la muerte, padecen las almas mayor guerra porque se le acaba el término a nuestro enemigo perseguirlas, y es razón ayudarlas en tan tremendo lance, manda su Ilustrísima, que en esta Iglesia, cuando se diere noticia a su sacristán y campanero, que alguno de los fieles está en el artículo de la muerte, dé doce campanadas muy despacio, para que los que oyeren, rueguen a nuestro Señor, por el moribundo, y para que más sean a ejecutar esta Santa devoción, concede su Ilustrísima a los que rezaren un Padre nuestro y Ave María, por los que estuvieren en dicho estado, cuarenta días de indulgencias, y la misma, a los que tocaren las doce campanadas o avisaren para que se toquen.
Creo que la mayoría hemos participado alguna vez, en demostraciones de esta naturaleza.
- En el punto 8, se dice:
Item. Que el cura cele con vigilancia, y prohiba la comunicación entre los capitulados para casarse, y al que contraviniere la escriba causa, y la remita para que se proceda a su castigo.
En esto si podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que cualquier semejanza de lo que se dice en este punto, con la realidad actual, es pura coincidencia. Decididamente los tiempos han cambiado considerablemente, y no sabemos si para bien o para mal.
Antes de ocuparme del siguiente punto a tratar, debo señalar que su Ilustrísima padecía una manía obsesiva con las pilas bautismales, no aceptaba que fueran de barro; exigía que fueran de piedra, según pude comprobar en la lectura de actas de visita pastoral de este prelado a varios pueblos, que obran en el archivo arzobispal. Pero en el caso de Burguillos, la cuestión adquiere tintes más graves, porque llueve sobre mojado. Resulta que en la primera visita ya dejó ordenada de forma rotunda e inapelable esta exigencia, que por las causas que sean, no fue atendida por el cura párroco, y las consecuencias las vamos a ver seguidamente.
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Item. Que dentro de dos meses, se haga nueva Pila Bautismal de piedra, escogida con las circunstancias que se expresan en los mandatos que dejó su Ilustrísima, en su visita pasada en esta Iglesia, y pasado dicho tiempo y no habiéndose hecho la nueva Pila, se quiebre y entierre la que hoy sirve de barro, y el cura no bautice en ella, pena de privación de oficio, y con apercibimiento, que se procederá contra él a lo demás que hubiere lugar de derecho. Y da su Ilustrísima licencia a los vecinos de esta Villa, para que lleven a bautizar los niños al lugar más cercano, que sea de esta Diócesis y tenga Pila de Piedra.
Es innegable que es esta, una medida de gran dureza, tomada sin duda en un momento de cólera, de quien la dicta. Nos imaginamos la situación de hundimiento moral en que quedaría el pobre cura párroco, que aguantaría el chaparrón que se le vino encima, en actitud humilde y en silencio.
- Y termina el acta:
Los cuales dichos mandatos, ordenó su Ilustrísima, que se guarden, cumplan y ejecuten, y que se publiquen en el primer día de fiesta al tiempo del ofertorio de la misa mayor, y que el cura, de cuatro en cuatro meses envíe un tanto de ellos a la Secretaría de Cámara, anotando al margen los que están cumplidos, y los que no, y la razón por qué no lo están.
- Ante mi. - Jerónimo Zaldívar. - Secretario.
Después de los expuesto, no puede decirse que la situación del cura era envidiable. Oprimía su ánimo una regañina, una amenaza de suspensión de oficio, la pila de barro destruida, interrupción de bautizos, y orden terminante de dar cuenta periódica, del cumplimiento de los mandatos. Y a todo esto, sin dinero, como vamos a ver.
Inmediatamente después de la visita, el cura puso en marcha su diligencia, y esta vez con el mayor interés, pues era mucho lo que se jugaba.
Lo primero que hizo, fue poner en práctica la única opción de que disponía, que era la de recurrir al pueblo en demanda de ayuda; y ese pueblo sencillo y lleno de necesidades, que nunca falla, aportó lo que pudo: unos con dineros y otros con trigo, haciendo posible con ello, el remate feliz de este empeño.
El cura, de inmediato, se puso al habla con el maestro cantero Francisco Gómez, con quien llegó a un acuerdo para construcción de una Pila Bautismal. Esta se terminó antes de que se acabara el año 1693, pues se hizo entrega de la misma, el día 23 de diciembre de dicho año, y de acuerdo con lo ajustado, se pagó por ella 1.000 reales de vellón, que era entonces una importante cantidad, con la que muy bien podía comprarse una casa, pues todavía, en 1853, mi tatarabuelo paterno, José Rodríguez Domínguez, adquirió en esa cifra, una casa en la calle Real, según consta en una escritura pública que encontré en el archivo de protocolos de Sevilla, y que copio en otro capítulo de este libro.
Como estimo que podría ser de interés para el lector, voy a brindar a su curiosidad la relación de gastos que originó la adquisición de la Pila y quienes intervinieron en la misma.
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El cura párroco, satisfecho y, sin duda, ya tranquilizado, al hacer el asiento en el libro de cuentas, lo empieza así:
En virtud del mandato del Arzobispo mi señor, se hizo una Pila de Bautismo de jaspe, con su pileta en medio y baza [...].
Relación que se cita:
Limosnas del pueblo. 676 R/v.
Fábrica de la Iglesia Parroquial 324 R/v.
______________________________________________________________
1.000 R/v.
Pero no se piense que con estos gastos quedó todo concluido, pues los mil reales anotados es solo el importe de la factura del maestro cantero que la labró. Vean a continuación la siguiente relación de gastos, relacionadas con la Pila.
Porte desde el taller a Burguillos 55 R/v.
Maestro que fue al pueblo a instalarla,
y cabalgadura que empleó. 42 R/v.
Aceite, yeso y un hombre que le ayudó a asentarla. 15 R/v.
Tablas hechura y herraje para la tapa
y cerco de ella, cerradura y llave. 100 R/v.
Porte de la tapa a Burguillos. 16 R/v.
_______________________________________________________________
228 R/v.
Los pagos los efectuó, el mayordomo de la fábrica de la Iglesia Parroquial de San Cristóbal mártir de la Villa de Burguillos, y están perfectamente relacionados en sus libros de cuentas.
Hemos de puntualizar, en relación con la partida de los mil reales, importe de la Pila, que en el primer sumando de 676 reales, van incluidos 150 con que se contribuyó el señor Arzobispo, considerando sin duda, las dificultades económicas de la parroquia.
Y en el segundo sumando de 324 reales, se incluyen asimismo, 150 reales, que como donación hizo para dicha compra, el licenciado don Gregorio Isidro Hurtado.
Debo aclarar en relación con este señor, que se trata de un sacerdote, con residencia en Alcalá del Río. Su vínculo con Burguillos, estaba determinado por su condición de titular de la Capellanía que fundó la señora doña Inés Alonso, en una fecha anterior al año 1615, en que encontré por primera vez su mención, en un documento del arhivo arzobispal, en que consta un nombramiento de capellán, y
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que recojo en el capítulo de este libro, bajo el título de Dos fundadores.
Doña Inés Alonso, dejó a cargo de la fábrica de la iglesia de Burguillos, -según consta en la documentación de que dispongo-, la administración, tanto de sus bienes, como de todo lo concerniente a la citada capellanía; y en la fecha que historiamos, había en el libro de cuentas, unas cantidades devengadas y no cobradas, a favor del dicho don Gregorio Isidro Hurtado, quién autorizó al mayordomo, para que de las mismas se dedujeran los 150 reales con que se contribuyó a la adquisición de la Pila.
Pero con el paso de los años, la Pila en cuestión -que tantos quebraderos de cabeza costó- fue finalmente abandonada, y no sabemos en qué razones apoyaron su decisión, los que tomaron el acuerdo de proscribir su uso. Lo cierto es que quedó apartada y casi oculta entre cachivaches arrinconados. Casi adivinamos, cómo hubiera afectado al señor Arzobispo don Jaime de Palafox, una medida tan contraria a sus criterios.
Afortunadamente, don Francisco Navarro Ruiz, durante su estancia en Burguillos, en funciones de cura párroco, tomó el loable acuerdo de restituir la Pila al lugar que le correspondía, considerando sin duda, su calidad de piedra jaspeada, su antigüedad de más de tres siglos y el valor histórico que todo ello representa.
No quiero terminar sin incluir el nombre del protagonista principal, esto es, el cura de esta interesante historia, a quién los hechos que quedan referidos, le depararían, sin duda, una amarga experiencia. Se trata del Licenciado don Sebastián Hurtado, a cuyo recuerdo ofrecemos el testimonio de nuestra simpatía.
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